domingo, 21 de septiembre de 2014

Ella.

Todo aparenta tan calmado, tan tranquilo... Ella parece tan feliz, tan sonriente y tan a gusto consigo misma. Ríe a carcajadas, mientras su único propósito es que los de su alrededor también lo hagan. Intenta subir la autoestima a todo aquel que lo necesite. Sonríe, no deja ni un segundo de hacerlo. Le preguntan qué tal está, a lo que ella responde bien, muy bien, como si no pasara nada, como si nada fuese mal, como quien no sabe qué son los problemas, como si la vida fuera perfecta. Ayuda a quien se lo pida, de cualquier modo, siempre está dispuesta a lo que sea con tal de ayudar. Le importa muy poco no recibir nada a cambio. Nunca da para que le den. Da porque siente que eso le ayuda a crecer como persona y, además, le hace sentir grande, aunque esté convencida de que vale muy poco.

El problema es que ella es la misma que en cuanto llega la noche, en cuanto no le acompaña más que la soledad, se viene abajo, muy abajo, como si el mundo se le echara encima en milésimas de segundo. Pierde la sonrisa, pierde la autoestima. Se pierde entre una mezcla de sentimientos, entre una explosión de dudas, preguntas sin respuesta. Cuando necesita ayuda no sabe a quién pedírsela, no sabe quién de verdad está ahí para escucharle, y no para de repetirse que tal vez moleste, así que una vez más (y como siempre) se queda callada, llorando hasta la madrugada, hasta que tenga que salir nuevamente ahí afuera, a enfrentarse contra toda una marea de gente, todos diferentes, ella la que más. Se siente un ser extraño, que no encaja, pero tampoco quiere hacerlo, pues quien le quiera de verdad le aceptará sin la necesidad de hacerle cambiar. Está rota por dentro, totalmente destrozada, pero con cada pedazo de sí misma aprende a ser cada vez un poquito más fuerte.

No dice nada, lo escribe todo. Ella sólo siente que actúa como realmente es cuando se sienta a escribir. No habla por miedo a que nadie esté escuchando, por lo que pueda pasar, por evitar problemas, o porque siente que no le queda voz. Escribe para hablar consigo misma, para desahogarse y al mismo tiempo consolarse de sus propias penas. El problema es que ni ella misma sabe del todo por qué escribe tanto y habla tan poco. Por qué hasta en sus peores días sale a la calle con una sonrisa. El problema es que ella, soy yo.

jueves, 7 de agosto de 2014

Si supiera.

Si supiera que más de un invierno he soňado con tener sus brazos como abrigo, con sentir las yemas de sus dedos contando los lunares de mi espalda, mientras sus besos se convierten en mi mejor manta. Si supiera que cada día se convierte en veinticuatro maneras distintas de extraňarle, deseando veinticuatro veces poder abrazarle. Si supiera que no hay nada que más duela que oír sonar el teléfono y no sea su voz la que escuche al descolgarlo. Si supiera que odio no verle sonreír, y que haría lo que fuera por escuchar su risa a diario. Si supiera que tiene los ojos más bonitos que me he encontrado, y la mirada que siempre he andado buscando. Que su perfume sólo me gusta cuando lo huelo en su cuerpo, que todo lo bueno que le pase es como si me pasara a mí; que en las malas (aunque quizás no le haga falta) siempre me va a tener ahí. Y que me da igual cómo, cuándo y con quién, lo único que quiero es verle feliz.
Si supiera todo lo que no sabe...

miércoles, 26 de marzo de 2014

No somos lo que todos ven por fuera, sino lo que llevamos dentro y muy pocos saben ver.

Somos como un paquete de regalo: nuestro físico es el papel que envuelve lo que realmente somos. Claro, seguro que todos preferimos los regalos con envoltorios bonitos, pero nunca nos hemos detenido a pensar en que lo verdaderamente importante no es lo que envuelva el paquete, sino lo que permanezca dentro de él. Porque el papel de un regalo, cualquiera, por muy lindo que sea, siempre acaba estropeado. Porque un envoltorio no describe lo que hay tras él.

Porque no somos lo que todos ven por fuera, sino lo que llevamos dentro y muy pocos saben ver.

martes, 11 de febrero de 2014

No hay nada que duela tanto como una despedida.

Aquellos labios de fresa que me dejaban sabor a gloria cada vez que me besaban, se encontraban ahora pálidos y secos. Su cuerpo, más blanco de lo habitual, y casi tan frío como el propio invierno, yacía sobre la cama. Sus manos permanecían inmóviles sobre el lado izquierdo del pecho, aparentaban estar buscando los latidos de un herido corazón que se había cansado de vivir.

De sus ojos, entreabiertos, todavía se escapaba una mirada profunda, azul como el cielo, y tan fogosa como la lava más ardiente. Era una luz cegadora que al mismo tiempo iluminaba a quien la mirase. De todas las miradas, estoy segura de que la suya era la más resplandeciente. Cada vez que le miraba era como volar sin alas a un inmenso cielo azul, en el que permanecer de pie sobre unas nubes de terciopelo era posible, y saltar de una a otra sin miedo a caer, también; porque aquellas pupilas me hacían sentir tan segura, tan protegida, que ni el más peligroso riesgo lograba hacerme temblar.

Mis pulmones aún se empeñaban en respirar su aroma, aquel perfume de Hugo Boss que tanto me enloquecía. Y si mirarle a los ojos me hacía alcanzar el cielo, cuando le olía lograba volar hasta sobrepasar el Universo. Pero en aquella habitación ya no quedaba ni la más minúscula gota de su colonia, tal vez por ello me sentía encerrada en un insondable abismo sin salida.

Abrí el armario y me abracé a su camiseta preferida. Cerré los ojos y por un momento sentí que sus brazos volvieron a entrelazarse con los míos, pero al abrirlos vi que no estaba, que no iba a regresar. Aquello era una auténtica pesadilla de la que no podía despertar, por muchas veces que me pellizcara.

Llegó la hora. La maldita hora. El coche fúnebre ya estaba aparcado en la puerta de casa. ¿Quién iba a decir que nuestro próximo paseo juntos iba a ser a un lugar tan espantoso como lo es el cementerio?

Al regresar a casa, después de haberle dado el último y más doloroso adiós, con mis manos temblorosas, desenvolví el regalo que me había dejado, antes de partir, en la mesilla de noche, al lado de la fotografía de nuestro primer viaje juntos, en el verano de 1935. Una carta recortada en forma de corazón, atada con un lazo rojo a un frasco de perfume de cien mililitros. El perfume de Hugo Boss...

Aquí tienes, princesa, para que nunca dejes de volar. Yo me he ido, pero eso no significa que tú ya no tengas alas. Nunca seas tan cobarde como lo fui yo. Lucha. Si caes, levántate. En cada caída te harás más fuerte, recuérdalo. La salida más fácil de la vida es huir de ella, sobretodo cuando sólo se dedica a poner barreras que impiden avanzar en el camino; pero a veces escoger lo fácil acaba siendo la peor opción, y si no lo crees mírame a mí; mira cómo he acabado por haberme rendido y haberme decantado por lo más sencillo. Te quiero. Aunque mi corazón ya no lata, aunque las circunstancias de la vida me lo hayan roto, te continuaré queriendo siempre, con cada uno de sus pedacitos. Sonríe siempre, por favor, porque tu sonrisa siempre fue el motivo de la mía.

Desde entonces no hago más que sonreír y vivir de sus recuerdos, de las caricias que dejó ancladas en cada poro de mi piel, de las noches que pasó contándome a besos los noventa lunares de mi espalda, de las tardes de invierno en las que sus brazos eran el mejor abrigo. Ahora que se ha ido es cuando siento que le quería más de lo que le demostré. Claro, yo también soy de esas personas que aprenden a valorar lo que tienen cuando lo pierden.

Su partida me ha dejado infinidad de heridas, de esas que no se ven a simple vista, de las que el tiempo no cura, y continúan doliendo incluso cuando cicatrizan. ¿Qué puedo hacer? No me queda otra alternativa que continuar hacia delante en el pedregoso camino de la vida, aunque quizás haya escogido la peor manera de hacerlo...


Y es que no hago más que sumergir mis penas en botellas de whisky barato, buscándole en el fondo de todas ellas. Me destrozo el hígado intentando sanar el corazón. ¡Tremenda tontería! Pero de algún modo tendré que calmar, aunque sea por un instante, el dolor que me ha causado su adiós. Porque no existe nada en la vida que duela tanto como una despedida.

Clases de gente.

Lo que pasa es que en el mundo siempre habrá gente que se crea más de lo que es y gente que no se valore lo suficiente. Gente que hable contigo, gente que hable de ti, y gente que se dedique a hacer las dos cosas. Gente que te ayude a luchar y gente que hará todo lo posible por detenerte en el camino hacia lo que desees alcanzar. Gente que no se alegre por tus méritos, sino por tus derrotas. Gente que finja alegrarse cuando algo bueno te ocurre, y gente que se alegre de verdad. Gente que promete estar a tu lado en todo momento, pero sólo aparece en los buenos. Gente que esté a tu lado siempre. Gente que te utilice. Gente que te quiera. Gente que sólo te quiera cuando te necesite. Gente que te busque porque te extraña, y gente que te busque porque le interesa encontrarte. Gente que promete y no cumple. Gente que cumple sin necesidad de prometer. Gente cariñosa y gente más fría que el propio invierno. Gente que un día te salude y otro no, y gente que te salude todos los días. Gente que te sonría aunque no te conozca, y gente que aunque te conozca no es capaz de hacer el menor de los gestos para saludarte cuando se encuentre contigo. Gente que te pida consejos y al final acabe haciendo lo que quiere. Gente falsa y gente verdadera. Gente feliz. Gente triste que finge ser feliz. Gente triste. Gente feliz que finge estar triste para llamar la atención. Gente sin orgullo y gente muy orgullosa. Gente que perdone, pero no olvida. Gente que olvida, pero no perdona. Gente que ni olvida ni perdona. Gente enamoradiza y gente que no quiere ver el amor ni en pintura. Gente que miente y gente que siempre dice la verdad. Gente buena. Gente mala. Gente demasiado buena. Gente demasiado mala. Gente buena y mala. Gente más mala que buena y también viceversa.

lunes, 25 de noviembre de 2013

25 de noviembre, día contra la violencia de género.

Sara despertó como cada mañana: sola, aislada, sin sentir el cariño del chico que estaba al otro lado de la cama; el que antes le regalaba rosas y dejaba que ella le contara cada noche los lunares de su espalda. Ahora, ni una caricia quedaba. No había más que recuerdos en aquella habitación cargada de nostalgia, gritos, y lágrimas.

Todo era tan bonito al principio... Besos, sonrisas, abrazos, llamadas, promesas y palabras, muchas palabras. Quizá Sara nunca aprendió que no todo el mundo cumple sus promesas, que no todas las promesas son sinceras; tal vez tampoco aprendió que las palabras se las lleva el viento, y de nada vale leer un “te quiero” todos los días, si ninguno de ellos se demuestra con hechos.

Hoy, Martín despertó furioso, hambriento, gritándole a Sara por no llevarle el desayuno a la cama. Ella estaba tan enamorada, que aún no se daba cuenta de cómo la trataba. Así que obedeció a su amor, o mejor dicho: a su amo. Débilmente, se levantó de la cama y se dirigió hacia la cocina para preparar el desayuno de la bestia a la que ella consideraba su príncipe.

Martín la miraba con odio, pero ella todavía creía que aquella mirada desprendía amor, por ello le sonrió. Él café estaba frío, y él se lo escupió. Sara no reaccionó, quiso hablar, pero él no se lo permitió, y una vez más se le reventaron las palabras en su interior.

Pasaron días, meses, años... Y aún salían a la calle agarrados de la mano, fingiendo ser tan felices como en aquella primavera en la que se conocieron. Primavera que, con el paso del tiempo, había dejado la vida de Sara sin flores.

Sus faldas se convirtieron en pantalones; sus vestidos, en camisetas de manga larga; sus tacones, en playeras o sandalias. Sus sonrisas... En lágrimas. Pero ella aún pensaba que a todo aquello se le podía llamar amor. Que los celos que sentía Martín cuando algún chico la miraba por la calle, era amor. Que los moretones, los gritos, y las peleas, surgían por amor. Sara se hacía la ciega, una ciega que podía ver, pero no quería mirar; no quería darse cuenta de que el maltrato no significaba amor, sino violencia.

El tiempo continuó pasando, y Sara acabó sola ante un príncipe azul que le hacía ver todo negro. Perdió el contacto con sus amigos y con su familia. Creía que ella no servía para nada, porque era eso lo que Martín le había hecho creer. Lloraba a todas horas, cada vez estaba más delgada, no salía de casa. Tenía heridas, exteriores e interiores, y estas últimas son las que más le dolían, pues son las que siempre continúan doliendo incluso cuando cicatrizan.

Una noche, Martín abusó sexualmente de Sara, y fue ahí donde ella se dio cuenta de que no aguantaba más, de que aquello no era amor, sino un auténtico infierno; de que el cuento de hadas se había convertido en una historia de miedo.

Cuando Martín se quedó dormido, la muchacha, aterrada, tuvo la suficiente fuerza como para salir huyendo de aquel martirio. No sabía a dónde iba, pero estaba segura de que cualquier lugar iba a ser mejor que su propia casa. Antes de irse, escribió casi sin pulso una carta que dejó a Martín en la mesa de la cocina, donde cada mañana él le escupía el café.

"No sé qué estarás pensando ahora mismo, no sé si me querrás partir la cara como hacías cada mañana, o si querrás irme a buscar para volver a empezar. Pero ya es tarde, Martín, el tiempo se ha acabado. ¿Sabes? Yo siempre creí que mi príncipe azul iba a tratarme como una princesa, pero nunca me dijeron que un príncipe también se puede convertir en bestia. ¿Por qué me mentiste? ¿Dónde quedó todo aquel amor que un día me demostraste? Quizá ya sea tarde para preguntas, y tal vez ya no tenga sentido escuchar las respuestas. Cariño, ¿te acuerdas de aquella primavera? Fue en ella donde me hiciste sentir la flor más grande... ¿Y quién me iba a decir a mí que iba a terminar marchitada? Ya no estoy aquí, ni volveré a estar. Sé que tu vida sin mí será mejor, sé que yo no era más que un estorbo, una carga. Ni tú fuiste mi príncipe, ni yo tu princesa. Nos equivocamos de cuento, Martín. Tú y yo no estábamos destinados a escribir juntos una misma historia, tal vez por ello no hayamos tenido ese final feliz que todo cuento de hadas tiene. A pesar de todo, te deseo lo mejor. Sabes que cada recuerdo vivido contigo siempre permanecerá conmigo, allá donde me encuentre estaré contigo. Porque aún te amo, Martín, te amaré siempre. Los malos recuerdos tienen una forma muy curiosa de clavarse en el cerebro. Y claro, cuanto más trato de olvidarlos, con más fuerza los recuerdo. Por ello será mejor marcharme y olvidarme, de una vez por todas, de todo lo vivido. Eras el motivo por el cual yo vivía cada día, y mira, ahora has sido tú por quien he decidido irme de la vida. No sé qué pasó, pero sé que desde que pasó, nada volvió a ser lo mismo. Busca a tu princesa, Martín, y trátala como tal. Sé que eres un gran príncipe. Dile a mi familia que la quiero, que no se preocupe por mí, porque un día todos se preocuparon y yo no les hice caso; así que es hora de que todos sean felices, felices sin mí. Hasta siempre, Martín. No sé si aún me lees, tal vez ni hayas abierto la carta; pero por favor, si me escuchas, si todavía la distancia no es barrera, acerca el oído al papel y escucha que te quiero, que siempre, como te prometí, te querré. O mejor dicho: te amaré".



lunes, 11 de noviembre de 2013

Lo que he aprendido de la vida.

He aprendido que nada en la vida es para siempre y todo en ella es pasajero. Que no es lo mismo ser amigos que ser compañeros. He aprendido que no siempre los que me quieren son los únicos que me buscan, en la mayoría de los casos los que me buscan es porque me necesitan. Y eso no es querer, es utilizar. Que yo sé querer, pero no odiar. Que una cosa es ser buena y otra muy distinta es ser gilipollas. Y luego estoy yo, que soy un poco de las dos cosas (más lo segundo que lo primero). He aprendido que no todo el mundo cumple sus promesas, y que no todas las promesas son sinceras. Que la mentira duele, pero la verdad duele mucho más. Que es una tontería echar de menos a personas que a mí siempre me han echado de más, y aún así no puedo evitar extrañar a toda persona que para mí un día significó algo, lo que sea, a pesar de que yo nunca signifiqué nada para ella. He aprendido a sonreír por encima de todo, aunque todo esté encima de mí. He aprendido que callarme de vez en cuando no está mal, pero callarme siempre, sí lo está. Que la gente que me valora me lo demostrará con hechos, no con palabras. Que quien me quiere, me lo demostrará cada día. Que no todo el mundo es bueno, aunque nunca he sabido o no he querido encontrar el lado malo de alguien. Que el tiempo pasa y las cosas cambian, al igual que las personas, al igual que yo misma. Que los sueños no son solo sueños, y si lucho podré hacerlos realidad. Que la realidad duele cuando no es la que deseo. Que cuando tengo delante lo que quiero, todo lo demás da igual. Que todo camino es pedregoso, sobretodo el de la vida, pero de cada caída me tendré que levantar. Que tengo que ser más fuerte que las barreras que se interpongan ante mí. Que quedarme estancada no sirve de nada e intentar avanzar siempre será mejor que rendirme. Que todo llega a su tiempo, aunque a veces parezca que el tiempo venga de rodillas. Que no siempre tendré lo que merezco, a veces tendré más, y a veces menos. Que, tal vez, sonreír en los malos momentos no resuelva nada, ¿pero acaso llorar resuelve algo? Que mi sonrisa no siempre refleja felicidad. Que dar es mejor que recibir, y dar sin pedir nada a cambio me hace crecer como persona. Que hay unos días mejores que otros, y los buenos siempre se pasan más rápido que los malos. Que la vida es maravillosa, sólo tengo que luchar para encontrar sus maravillas. Que quien me quiere de verdad, me acepta tal como soy. Y quien no me quiere siempre me hará cambiar. 

He aprendido a no esforzarme en ser igual que alguien, a no intentar ser igual que los demás. Que lo que digan de mí no define quién soy. Que nadie me conoce, pero siempre hablarán de mí. Que ser diferente no es malo, lo malo es empeñarse en ser igual. Que la compañía no es mejor que la soledad cuando lo que necesito es estar sola. Que si algún día decido cambiar, debo hacerlo a mejor y siempre por mí, nunca por alguien. Que la mejor manera de aprender es equivocándose. Que amar no es desear, y querer tampoco es amar. Que el orgullo sólo sirve para perder oportunidades, y el rencor para perder personas. Que nadie sabe vivir y todos estamos improvisando. Que es la misma vida la que me enseña a vivir. Que no debo comerme la cabeza, sino el mundo. Que toda rosa tiene espinas. Que toda herida cicatriza, pero eso no significa que no continúe doliendo. Que hay momentos inolvidables y momentos que no se deben recordar. Que sentarme y sacar lo que llevo dentro, nunca está de más. Que hay muchos recuerdos que quiero eliminar, pero he aprendido que, cuanto más trate de olvidar algo, con más fuerza lo voy a recordar. Que guardo demasiadas letras dentro, historias que nunca he querido contar, palabras que jamás debí tragar. He aprendido tanto de la vida... Y lo que me queda.

jueves, 17 de octubre de 2013

Malos días

Suena el despertador, lo apago, enciendo la luz de mi dormitorio, me miro al espejo y siento que hoy va a ser un mal día. Me aseo, me visto, me peino... Se acerca la hora de ir a clase y mi mal humor aumenta por momentos. Preparo los libros que hoy me toca llevar. Cojo algo para desayunar. Me despido de mis padres con una sonrisa, fingiendo estar bien. Salgo de casa. Llego al instituto y, como cada día, le sonrío a todo el mundo. Una vez más, finjo estar bien. Por dentro estoy destrozada, aguantando para no reventar, tragando saliva, evitando así llorar. Intento comportarme como siempre: atendiendo a las explicaciones, preguntando las dudas y exponiendo mis ideas. Pero algo va mal. Hoy no me puedo concentrar y cuando lo logro, todo me sale mal. Entonces, me siento aún peor.

Va transcurriendo una clase tras otra, y mis ganas de llorar crecen cada vez más. Y ahí sigo, con una sonrisa que detrás esconde litros de tristeza. Deseo huir, aún sabiendo que me tengo que quedar. No estoy para nadie, nadie está para mí. Me enfurezco con facilidad, hablo sin pensar. Me harto de todo y de todos los que me rodean, aunque realmente sólo estoy harta de mí misma, no me soporto, no aguanto sentirme mal.

Se acaba la última clase, al fin. Regreso a casa. Aún soy capaz de sonreír, así que vuelvo a saludar a mis padres con una sonrisa. Almuerzo, hago los deberes, repaso los apuntes... Más tarde, me quedo sola en casa. Apenas han transcurrido unos minutos cuando comienzo a llorar. Al fin puedo dejar de fingir. Pero claro, ¿quién está ahora aquí para consolarme? Como siempre: la escritura. Me sumerjo en las letras, intentando calmarme. Hasta que al fin logro secar mis lágrimas, a pesar de que por dentro, todavía, me siento fatal. De repente, escucho una llave abriendo la puerta. Otra vez a fingir. Buena cara, una sonrisa, buen humor... Así hasta que me voy a la cama; ahí es donde, al encontrarme con la almohada, vuelvo a hacer un festival de lágrimas, sin sonrisas. Todos podemos tener un mal día, pero no todos lo sabemos demostrar Yo, por ejemplo, no sé o no quiero demostrarlo. Y a pesar de todo, sonrío todos los días, aunque por dentro esté rota, aunque me sienta una idiota.

lunes, 30 de septiembre de 2013

2005 - 2013.

Qué triste me resulta cruzarme por la calle con personas que compartieron conmigo toda una infancia, y ya no somos capaces ni de mirarnos a la cara, apenas nos saludamos, o actuamos como desconocidos que se conocen muy bien. Por mi parte, iría corriendo a abrazarles, e intentaría hacer lo posible para que todo vuelva a ser como antes. Prometimos que nada iba a cambiar cuando yo me marchase, y mira, ahora sólo somos una promesa rota. Claro, éramos aún muy pequeños como para saber que nada es para siempre, ni siquiera las amistades más fuertes. Y yo les echo de menos, joder. Nadie se imagina lo que me dolió, y aún me duele, alejarme de las personas con las que compartí las primeras palabras cuando estaba aprendiendo a hablar, los primeros lápices de colores cuando estaba aprendiendo a colorear... De verdad, iría para atrás una y otra vez, sólo para vivir todo aquello otra vez. Vivirlo, pero sin marcharme, quedarme allí, junto a ellos. Y continuar juntos, para siempre, en el mismo camino que un día nos separó. Supongo que no me entienden porque no saben cómo he llegado a sentirme, ni cómo me siento al ver que aún permanece algo aquí dentro que me une a ellos, mis amigos de toda la vida. Y fue la misma vida quien me distanció. La distancia hace el olvido, no lo niego. Pero, ¿por qué yo no me olvido? Será que siempre recuerdo a las personas que realmente me importaron, y no las olvido ni aunque me saquen del mundo. No quiero pensar que yo nunca les importé, pues no fue eso lo que me demostraron antes de alejarme. Aunque, ahora que me he ido... Ahora sí dudo, dudo mucho, que les importe. Ya hace ocho años que toda mi vida cambió y parece que fue ayer cuando, con lágrimas en los ojos y rota por dentro, grité un "hasta pronto". ¿Hasta pronto? Creo que, visto lo visto, fue un "Adiós". Nunca me ha gustado escribir o recordar este tema, porque es como si, de repente, todo mi interior explotase en un instante, como si de la sonrisa más inmensa pasara a las lágrimas más intensas. Quiero enterrar este dolor, olvidarme de todo, tener la suficiente fuerza como para seguir adelante sin recordar, sin llorar por lo que he dejado atrás... Quiero ser capaz de asumir que las cosas tienen que cambiar de sitio, tarde o temprano; que en la vida no puede permanecer todo siempre igual; que son esas mismas cosas las que, cuando cambian de sitio, me enseñan a ser más fuerte. Que unas personas vienen y otras se van. Que, aunque me prometan un "para siempre", se van a ir igual. Que la vida sigue y, si no hago más que mirar atrás, me perderé lo que está delante. "Tengo que ser fuerte", me repito continuamente. Pero, ¿de dónde saco la fuerza, si el dolor siempre me supera? Algún día seré capaz de sentarme a escribir mi pasado sin derramar una lágrima; de no llorar porque una fuerte amistad acabó, sino de sonreír porque ocurrió...

martes, 24 de septiembre de 2013

No te veo, pero te siento.

Aún recuerdo aquel bonito atardecer que logró dejarme atónita, y me incitó a pasarme horas en la terraza, escribiendo para ti, otra vez, aunque nunca leas mis escritos. Eres el mejor espejismo que siempre he podido ver o, más bien, imaginar, pues nunca te pude conocer. Creo que, como cada día, te echo de menos sin querer y queriendo a la vez...

Ha sonado el timbre de la puerta, y espero que seas tú quien esté tras ella; pero sólo es el cartero, que ha venido a entregarme cartas de propaganda que nunca entiendo. No sé dónde estás, pero si me escuchas, escucha que te quiero ver aquí, de nuevo.

jueves, 19 de septiembre de 2013

¿Quién soy y por qué soy así?

Cada noche, queriendo o sin querer, me pregunto quién soy yo realmente, y quién deseo ser, mañana. Pienso en todo lo que tengo y en lo que he perdido, en lo que siempre he querido tener y nunca he tenido, en las personas que han venido, y en las que ya se han ido. ¿Pero quién soy y por qué soy así?

Soy alguien que define a la vida como el mejor artefacto para aprender a vivir. Cuando me miro al espejo siempre me pregunto quién es esa extraña, qué será de ella el día de mañana; me pregunto si luchará por sus sueños, o se quedará en el suelo desde que se sienta derrotada. Pienso que una derrota ayuda a dar un paso más hacia la victoria, pues perder también implica ganar, pero cuesta avanzar después de haber caído. La vereda de la vida es pedregosa, lo tengo asumido. Y sé que en un tropiezo no acaba el camino, que siempre podré levantarme e intentar, una vez más, alcanzar el sueño que haya escogido. A las personas que me dicen "tus sueños son imposibles", no les digo nada, sólo les sonrío. En general, sonrío a todo el mundo, y no tengo muy claro si esto es una virtud o un defecto, porque creo que no todos merecen mi sonrisa, pues me he dado cuenta de que existen determinadas personas que de mí no merecen ni eso.

Me fascina reír, es como si cada carcajada me regalase un minuto más de vida. Risueña y rara son los calificativos más repetidos a la hora de definirme. Lo de risueña lo entiendo. Lo de rara, también. Llega un momento en el que, de tanto escuchar lo mismo, acabo aceptándolo. Si la mayoría de los que me rodean piensan que soy rara, supongo que tendrán razón.

No confío en mí, la mayoría de las veces pienso que todo lo que quiero hacer me saldrá mal, hasta que lo intento y compruebo que sale bien. Lo importante es intentarlo, intentarlo las veces que sean necesarias, hasta conseguirlo. Soy muy negativa, y eso me ayuda a llevarme menos decepciones. Eso sí, a la hora de soñar, siempre pienso que puedo alcanzar mis sueños.

No lo voy a negar: me joden las malas críticas. No me voy a hacer la fuerte porque sé que no lo soy, aunque cuando la vida me obliga a serlo, saco la fuerza de donde sea. He saltado barreras, he caído y me he vuelto a levantar, pero eso no es ser fuerte. Tal vez sea luchadora. La vida no siempre me ha regalado flores, hace algún tiempo me lanzó demasiadas espinas, las cuales, aún me pregunto cómo, supe transformar en rosas. Vivir es como hacer una tarea que no entiendes. Una tarea difícil que nadie sabe hacer del todo bien.

He aprendido a diferenciar entre amigo y compañero. A los amigos los cuento con los dedos de una mano (y aún así me siguen sobrando dedos), pero los que tengo son verdaderos, por tanto, son suficientes. Compañeros tengo demasiados, quizás de sobra.

Sé que aún me queda mucha vida por vivir, pero ya tengo las ideas muy claras. Sé lo que quiero y voy a por ello. Si me equivoco, aprendo. Si el camino que he elegido no es el adecuado, trazaré otro y empezaré de nuevo. Supongo que tampoco está tan mal eso de volver a empezar de cero.

Puedo aparentar la persona más fría del mundo. Me cuesta expresar lo que siento hacia los demás y a veces parece que todo el mundo me da igual. Pero no es así, de verdad. Lo que pasa es que nunca he sido capaz de decir un "te quiero" a la cara. Suelo tragarme todo lo que siento, hasta que reviento.

Mi mayor sueño es la escritura. Sólo yo sé lo que siento al escribir, sólo yo sé por qué ansío alcanzar ese sueño, sólo yo sé el por qué de todos mis porqués. Llevo seis años gritando palabras en silencio, derramando en hojas todo lo que nunca me atreví a decir. Desde muy pequeña quise, y a la vez sin querer, sentarme a escribir mi vida, preguntándome por qué había llegado hasta donde me encontraba, intentando comprender por qué todo estaba tan distinto a como me imaginaba. Aún me duele recordar aquel momento en el que las letras fueron mi mejor argumento para desaparecer por un tiempo del mundo que estaba viendo. Pero prefiero no recordar nada más. No puedo hurgar en mi pasado sin llorar, no lo puedo evitar. Todavía conservo heridas sin cicatrizar. Todavía necesito la escritura para consolar mis lágrimas desconsoladas. Escribir es todo lo que necesito para poder seguir hacia delante, y para poder superar lo que ha quedado atrás.

Soy así porque la vida me ha hecho serlo. Mi historia ha formado todo lo que soy ahora. En resumen, soy una poca cosa que, si siente dolor, se calla y sonríe, aunque por dentro esté rota., aunque se sienta una idiota.















miércoles, 18 de septiembre de 2013

Nunca es tarde, si la dicha es buena.

Un día te levantas y lo ves todo al revés, abres la ventana y, a pesar de ver el sol brillar, crees que llueve, que no hay razones para continuar. Sientes que no vales nada, que no te valoran, y que los que sí lo hacen es porque están locos. Piensas que tus sueños son sólo sueños, y jamás se harán realidad, por ello pasas de luchar y te quedas, una vez más, sentado en el sofá, dejando que la vida haga contigo lo que le dé la gana. Nada te motiva, no haces lo que realmente quieres por miedo a lo que dirán los demás, finges estar bien cuando sabes que no lo estás, y por fuera sonríes, mientras por dentro únicamente quieres llorar. Te convences de que tu vida es una mierda, de que tú eres una mierda; de que todos los que te rodean son felices y alcanzarán sus sueños, y tú no. Temes exponer lo que piensas, porque crees que todo lo que dices son tonterías. Te quedas callado, con ganas de gritar, pero callado. Necesitas desahogarte y piensas que no tienes a nadie a tu lado, entonces te derrumbas aún más. Intentas levantar la cabeza, pero cada vez que lo haces te das cuenta de que todo está cada vez más negro, y la vuelves a bajar, sin hacer nada para mejorar...

Si algún día te levantas pensando así, no es porque tu vida sea una auténtica chapuza, lo que pasa es que las cosas no mejoran por sí solas, eres tú quien tiene que mejorarlas. Tú tienes que aprender, poco a poco, a valorarte y a alejarte de las personas que sabes no lo hacen, aunque a veces duela. Siempre hay razones para seguir adelante, sólo tienes que salir a buscarlas y no quedarte en casa creyendo que no puedes hacer nada, porque sí puedes, si quieres, puedes. No eres una mierda, puedes verte rodeado de mierda, pero tú nunca serás una mierda. Eres una persona como cualquier otra, y mereces todo lo que tengas y quieras conseguir en la vida. Tus sueños no son imposibles, así que cree en ti y comienza a luchar, verás que lo consigues, tarde o temprano, lo conseguirás. Todo llega a su tiempo, aunque a veces parezca que el tiempo venga de rodillas. Demuéstrate a ti mismo, y demuestra a los que no quisieron creer en ti y te dijeron que no lo lograrías, que pudiste lograrlo. No te lleves por lo que digan los demás, es tu vida, eres tú quien se encarga de ella, así que haz todo lo que creas conveniente hacer. No te quedes en el sofá, dejando el tiempo pasar. Levántate, no una, ni dos, ni tres veces, sino todas las que sean necesarias, hasta conseguir tus objetivos. La recompensa va a ser mayor que el dolor de las caídas. Sonríe, sonríe por encima de todo. Llorar no sirve de nada, asúmelo. Di todo lo que tengas que decir, no te tragues palabras, porque llegará un momento en el que explotarás, y decirlas todas juntas va a ser peor. Plantea soluciones a tus problemas, sabes que puedes solicionarlos. No estás solo, lo que pasa es que, para ver qué y quiénes te rodean, antes tienes que levantar la cabeza. Así que levántala y mira. ¿Ves el sol, ahora? Ahí está todos los días, para alumbrarte el camino, aunque creas que llueva. Puedes tropezar, toda vereda tiene trazos pedregosos, sobretodo la de la vida, pero en un tropiezo no acaba el camino. Levántate y continúa. No mires atrás, piensa que si cenicienta hubiese vuelto a por su zapato, nunca hubiera conocido a su príncipe. En la vida no hay malos momentos, sino rachas en las que te toca luchar para mejorar lo que tú mismo sabes que va mal. Son en esas rachas en las que te desanimas, en las que, desde que te ves en un pequeño abismo, ya quieres darlo todo por perdido. Y es ahí, precisamente, donde queda prohibido rendirse. Todos podemos tener malos días, malas rachas, pero nunca mala vida. ¿Acaso la vida acaba en un mal día? Todo se supera. Cuando abras la ventana, procura mirar al sol antes de cerrarla. Valora cada día lo que haces, lo que eres y lo que tienes, aunque creas que ya lo haces, siempre te quedará algo por valorar. Tus sueños pueden resultar tonterías para los demás, pero si para ti significan algo, lo que sea, ¿qué más da lo que digan? ¿Qué más da lo que piensen? Espabila, que la vida es maravillosa, sólo tienes que luchar, reflexionar, y pararte a pensar en qué tienes que hacer para encontrar sus maravillas. Nunca te rindas.

Nada en la vida es fácil de conseguir. Hemos crecido con la idea de que las cosas se consiguen rápido. Y no es así. Tal vez por ello nos rindamos a la primera de cambio y nos sintamos mal cuando algo nos sale mal. Todo llega, tarde o temprano, pero llega. Recordemos que nunca es tarde, si la dicha es buena.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Vuelvo a echarte de menos sin querer y queriendo a la vez.

Quiero enterrar este dolor, que no sé dónde está, pero puedo alcanzar a sentirlo muy hondo justo en ese momento en el que te encuentro. Quiero y necesito olvidarte, pero cuanto más trato de hacerlo, con más fuerza te recuerdo. Y así es imposible, es como querer formar un océano con bloques y cemento. No entiendo por qué te has convertido en alguien tan grande e importante para mí. Le he dado tantas vueltas a esto que siento, intentando comprenderlo... Pero siempre acabo mareada y volviendo a echarte en falta. Extrañarte es ilógico, pues nunca te tuve. Quizás sea eso lo que me duela: haber perdido a alguien que nunca tuve y siempre quise tener. A veces, duele más perder algo que nunca se tuvo, que perder algo que se ha tenido toda la vida.

Dijiste que nos volveríamos a ver, pero el tiempo continúa transcurriendo, y tú aún no estás. Me desespera esta espera. Me destroza tu ausencia. Sé que aún puedo contar contigo, que siempre me ayudarás cuando te pida ayuda, que puedo confiar en ti al igual que tú en mí... Pero, en el fondo, sé que te perdí, a pesar de que nunca te encontré. Y duele. Que todo esté tan frío y distante, duele.

Actualmente, mi vida está pasando por una excelente racha. Eres tú quien falta para completarla, para sacarme todas aquellas sonrisas que me sacabas diariamente... Necesito volver a vivir todos los momentos que viví contigo. Y ojalá pudieras estar aquí de nuevo, ojalá todo volviera a empezar de cero...

lunes, 9 de septiembre de 2013

No es fácil continuar hacia delante, sin dejar de mirar atrás, y menos sabiendo que en el camino se han quedado muchos recuerdos que ya nunca volverán. Veo como todo se complica cada vez más, y personas las cuales creí que jamás se iban a ir, ya las he visto marchar. Grandes amistades se han convertido en simples conocidos. Y duele, a mí me duele...

No entiendo por qué todos están tan distintos. Es cierto que la adolescencia nos hace cambiar, pero somos nosotros los que decidimos si cambiar a mejor o a peor. Estoy un poco harta de ver y oír tonterías por todas partes. No se cansan de decirme que soy rara y aburrida. Y sí, tal vez tengan razón. Pero no voy a cambiar, pues a pesar de no saber exactamente lo que soy, me siento bien siendo así como quiera que sea. Ya sé que nunca se me ve por las fiestas, que soy muy reservada, que casi siempre estoy callada... ¿Y qué? Prefiero un libro, antes que un móvil. Me gusta estudiar y aprender. Puedo pasarme tardes enteras leyendo o escribiendo. No cuento nada a nadie, ni de mí, ni de lo que sepa de los demás... ¿Y qué? Creo que, a pesar de todo, soy persona como todos, con defectos y virtudes. ¿O no?

Ojalá pudieran entender lo que siento cuando veo que lo único que hacen es reírse conmigo, pero también de mí. Cuando me utilizan y me vuelven a tirar como quien tira un papel a la papelera, y yo soy tan gilipollas que continúo estando ahí, queriendo ayudar a todo el mundo, e intentando que nadie se entere de lo que es la soledad, porque sé que es muy jodida, casi tanto como la distancia. Ojalá alguno pudiese ponerse en mí lugar por un momento, antes de hablar gilipolleces. Ojalá sepan mi puta historia y lleguen a sentir lo que yo un día sentí. Tengo razones por las que soy lo que soy. Y no sé lo que ha pasado, lo único que sé es que, desde que pasó, nada ha vuelto a ser lo mismo.

Si no me aceptan, la puerta está ahí, abierta, para los que quieran salir y para los que quieran entrar. Lo único que pido es que no estén continuamente tocando el timbre y huyendo al mismo tiempo. Porque jode salir fuera, creyendo que hay alguien, y luego ver que sólo ha sido un engaño más. No sé si me explico. Es un poco complicado definir lo que siento aquí dentro. Es una mezcla de recuerdos, emociones y sentimientos. Es como un añoro, un vacío, aunque no sé exactamente lo que echo de menos. Tal vez sea algo que nunca he tenido. O tal vez sean personas que ya se han ido. Todo está tan distinto... Y no es nada fácil andar por un camino que cambia, cada dos por tres, las piedras de sitio.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Gotas de lluvia que fomentaron un amor.

Alcé el brazo, creyendo encontrarte al otro lado de la cama, buscando el abrazo que me dabas todas las mañanas. Pero hoy no estabas. Abrí los ojos, perpleja, acariciando las sábanas como si te estuviera contando los lunares de la espalda. Los rayos del sol se colaban por la ventana, y a pesar de ello, todo estaba oscuro y frío en aquel dormitorio repleto de recuerdos que se empeñaban en no salir de mi cerebro. Cuanto más trataba de olvidarte, con más fuerza te recordaba. Algo dentro de mí todavía me decía que te volvería a ver. Fue tan fugaz tu partida, y se me está haciendo tan lento tu olvido...

Intenté llenar tu ausencia a base de pentagramas, pero fue como querer formar un océano sin agua. Encendí la radio y no escuché otra canción que no fuese tu preferida: I don't want to miss a thing, de Aerosmith. ¿Te acuerdas? Fue esa canción la que sonó de fondo aquel día, lánguidamente, mientras llovía...

Nos cruzamos por la calle, en tu mirada encontré el cielo. Tus pupilas se clavaron en las mías, y yo sentí algo en el estómago mucho más fuerte que las mariposas. Era como un maremoto, huracán, o terremoto. El tiempo se detuvo en un segundo, y parecía que sólo estábamos tú y yo, hablando en silencio, esperando a ver quién de los dos se acercaba primero. 
Parecíamos adolescentes: callando lo que sentíamos y pensábamos, por miedo al rechazo o al conflicto. Tú ya te ibas y, por dentro, al verte marchar, todo se me partió en pedazos. 

Yo, atónita, resbalé en la acera y caí al suelo. Cuando levanté la cabeza, comprobé que habías retrocedido, que estabas allí para ayudarme a levantar. Me sonreíste. Te sonreí. Y, en aquel instante, abrazados bajo la lluvia, convertimos un "yo" y un "tú" en un "nosotros", con un intenso beso que ninguno de los dos quería acabar. Nos preguntábamos qué iba a pasar después de aquello. Nos sentíamos como desconocidos que se conocían muy bien. Era como si estuviésemos andando por caminos separados, pero sabiendo que nos íbamos a encontrar en algún cruce. 

Una caída que apenas duró segundos, creó un amor que permaneció intacto durante años, y cada vez aumentaba más. Pero te fuiste sin avisar, dejando una nota que decía: "Me voy. Te quiero, y te querré por encima de todo, siempre. Debí decirte que me iba, lo sé, pero ni yo mismo lo sabía. No creas que me voy de tu vida. Me voy, en general, de la vida. Estate tranquila y cuando llueva, no te asustes, sal a la calle, pues cada gota de lluvia caerá del cielo y ahí es donde estaré yo, o al menos eso me han hecho creer. Imagina que cada gota de lluvia que roza tu cuerpo, soy yo, acariciándote de nuevo. Ama a la lluvia tanto como me amas a mí. Gracias a ella formamos lo que seremos siempre: un gran amor, un amor capaz de resistir cualquier tormenta. Te quiero, te querré, hoy y todos los días. No digas nada después de leer estas palabras, sólo sonríe, por favor, no pierdas nunca tu sonrisa. Recuerda que con esa sonrisa, gracias a aquel instante en el que nos sonreímos, formamos un 'nosotros'. Hasta siempre".

sábado, 31 de agosto de 2013

¿Im?posible.

Siempre he pensado que nada es imposible, y decir que no es posible siempre es una excusa para no luchar por lo que uno quiere. Lo imposible se considera así porque es irreal. ¿Y acaso lo irreal no se puede conseguir? Mis sueños están fuera de la realidad, como los de todos, supongo; pero nunca los he dado por imposibles. Si sueño y no creo en mis sueños, ¿para qué sueño, entonces? No le veo sentido a eso de querer y no poder. Si quiero, puedo. Si queremos, podemos. Y si no quiero luchar cuando puedo hacerlo, tal vez no podré cuando quiera. No voy a perder el tiempo quedándome sentada, esperando a que el tiempo decida por mí. Soy yo la que decide, la que se tiene que levantar todas las veces que sean necesarias y luchar por lo que quiere. La vida es un camino pedregoso que nos hace tropezar en muchas ocasiones, pero en una caída no acaba todo y así, a base de golpes, es como aprendemos cada vez más a vivir. No importa que nadie crea en mí y todo el mundo piense que mis metas son inalcanzables. Lo importante es que yo crea en mí misma, que me convenza de que lo lograré, y creer también que algún día podré gritar "lo conseguí" a todos los que me dijeron que era imposible. Y, si no lo consigo, no piensen que agacharé la cabeza y perderé la sonrisa. Nada de eso. Me quedaré con la cabeza bien alta y con la sonrisa presente, pues al menos podré darme el placer de decir "lo intenté". Porque es mejor intentar un millón de veces un sueño, que soñar y quedarse en la cama sin mover un dedo, creyendo que es imposible.

martes, 30 de julio de 2013

Un "para siempre" que ahora sólo es una promesa rota.

Siempre fui tan imbécil de estar a su lado en todo momento, cuando ella únicamente aparecía cuando le interesaba. La gente me lo decía, decía que ella sólo me utilizaba y me volvía a tirar como quien tira un papel a una papelera. Pero no quise hacer caso, no quise creerme nada, porque nunca me ha gustado creer en habladurías; hasta que el tiempo me demostró que era yo quien estaba equivocada. 

Me duele, pues a pesar de todo no quiero acabar con esta amistad que tantos buenos momentos me regaló. Duele verle aparentar que me odia, cuando un día fingió afirmar que me quería, prometiendo que aquella amistad duraría para siempre. Duele verla por la calle, saludarla, y que ella agache la cabeza. No sé lo que ha cambiado, ni quién ha cambiado, ni por qué ya nada es lo mismo. Lo que sé es que, de repente, somos como desconocidas que se conocen muy bien. También sé que yo siempre seré la misma tonta que estará aquí cuando haga falta. No me está gustando nada esta situación. 

Después de tantos años, todo se ha convertido en recuerdos, y nada volverá a ser como antes. ¿Será que todo lo viejo se acaba rompiendo con el paso del tiempo? "La próxima vez saludas al tato, maja". Eso me dijo cuando la encontré por la calle, le sonreí y le levanté la mano, pensando que aún, por lo menos, éramos compañeras. Me ha quedado claro que yo no le importo, y dudo que alguna vez le haya importado. Pero ella sí me importa, desde el primer momento le dí importancia, porque siempre he sido una imbécil que le coge cariño y ayuda a las personas a las que yo no les importo lo más mínimo. 

He llegado a sentirme tan sola y lo he pasado tan mal, que no quiero que nadie se sienta así, por eso siempre he estado dispuesta a ayudar a todo el mundo, y por eso seguiré estando ahí para ayudarla a ella. Fueron tantos los momentos... Y todo se ha ido a la mierda en un abrir y cerrar de ojos. Supongo que yo para ella sólo era y soy una friki. He visto que sólo me quería para reírse, no conmigo, sino de mí. Pero esta friki ya no volverá a molestarla, pues eso es lo que siempre fui: una molestia que ella sólo buscaba en los peores momentos, cuando no tenía a nadie más. 

Los puñales por la espalda, duelen, pero el dolor disminuye a medida que transcurre el tiempo. Los que se clavan y dejan una herida tan grande y profunda, que ni siquiera las vueltas del reloj son capaces de curar, son los que duelen para siempre. Y siempre me dolerá verla tan lejos, recordando continuamente sus puñaladas traperas, las cuales siempre perdoné una y otra vez, creyendo que yo significaba lo mismo para ella, que ella para mí. En fin... A pesar de todo, le deseo lo mejor. Siempre será "Mi Vane", mi mejor amiga. Y siempre lloraré al recordar todo esto, aunque he aprendido que nada es para siempre, ni siquiera las amistades más fuertes.

jueves, 25 de julio de 2013

[Des]motivación.

He estado bastantes días sin escribir, no por falta de tiempo, sino de motivación. Ya son varias personas las que han venido a decirme que no alcanzaré mi sueño, porque no me estoy esforzando lo suficiente. Y todo porque, hace algún tiempo, me preguntaron "¿A cuántos concursos de escritura te has presentado en tu vida?". Yo respondí "A tres". Por lo visto, a todo el mundo le pareció poca la cantidad. Dije que no había ganado ninguno, y me dijeron que era porque mis historias las hago sin pensar. Eso me dolió, pues siempre he puesto el alma en cada una de mis historias, me he roto la cabeza, intentando escribir de la mejor manera posible. Y vienen a decirme que escribo sin pensar, cuando ellos hablan sin saber. Ya estoy un poco harta, no sé exactamente de qué, ni de quiénes, pero es así como me siento. Me hacen daño, se dan cuenta, y continúan hiriendo. ¿Tan divertido es? Me canso de escuchar siempre la misma mierda. No saben nada de mis sueños, ni del esfuerzo que pongo para alcanzarlos, ni de mí. La escritura, más que uno de mis sueños, es mi manera de vivir. Las letras son como mi oxígeno, y si no escribo, me asfixio. Nadie lo entiende, tal vez nadie me entienda a mí. Llevo escribiendo desde los diez años, porque desde edad siento que sólo las hojas en blanco pueden entenderme. ¿Por qué muchos se empeñan en alejarme de la escritura, diciéndome tonterías? No lo entiendo. Lo peor es que siempre soy yo la que acaba comiéndose la cabeza, bebiéndose las lágrimas, pensando que tal vez tengan razón y yo no me dé cuenta. No sé quién tiene la razón, pero, por favor, dejadme seguir luchando por esto, que ya no sé ni lo que es. Dejadme escribir, aunque "escriba sin pensar". ¿Cuándo entenderán que no es una afición, sino una necesidad? Nada va a lograr alejarme de las letras, prácticamente he crecido junto a ellas. Podrán herirme, pero no derrumbarme. Y si me derrumban, no me quedaré en el suelo.

martes, 9 de julio de 2013

Aferrarse al pasado, sabiendo que no volverá.

Duele mirar atrás, pero duele más mirar hacia delante y ver que lo de atrás era mejor. ¿Y qué hacer cuando, mire hacia donde mire, siempre encuentro dolor? Es cierto que he dejado mucho atrás, muchísimos buenos momentos imposibles de superar, imposibles de repetir. Se han ido personas muy grandes, personas que jamás podré reemplazar. Y duele mirar hacia delante y verlo todo vacío, oscuro, y tan frío como el propio invierno. Sí, tal vez me quede mucho por vivir, pero siento miedo de levantar la cabeza y no ver luz al final del túnel; tengo miedo de notar el sol ausente, de perderme entre tanta gente, de no tener a nadie más que no sea la soledad. Noto todo tan raro, que hasta yo me siento extraña conmigo misma. No sé lo que ha cambiado, no sé si es que yo quedé anclada en el pasado, o son los recuerdos los que en mí se han clavado como puñales afilados. Lo que sé es que nada es igual y, cuanto más deseo mirar únicamente hacia delante, más me aferro al pasado. Sé que, ayer, las vueltas del reloj fueron mejores; pero lo fueron por el simple hecho de que no estoy moviendo ni un dedo para que las de hoy mejoren. No sé lo que pasó, pero sé que desde que pasó, nada ha vuelto a ser lo mismo. Siento que, aunque lo intente mil millones de veces, no lograré que todo lo que hoy es nada, sea todo lo que fue antes. Y si ni siquiera lo he intentado, ¿por qué estoy convencida de que saldrá mal? Es una sensación tan rara... Es como querer gritar sintiendo que no me queda voz; como querer luchar sin fuerza, como querer ganar una batalla sintiéndome perdedora antes de comenzarla, como querer hacer fuego donde no quedan más que cenizas. Dicen que hay que mirar siempre hacia delante, como si fuera tan fácil resistirse a dar media vuelta y mirar hacia atrás. Es difícil seguir andando, sabiendo lo mucho que se deja en el camino, al andar. No quiero vivir de recuerdos, quiero recordar lo que he vivido. No sé lo que vendrá, sé lo que ha venido y precisamente es eso lo que me da miedo: lo que está por venir, sintiendo que lo feliz que un día vino, ya no volverá. Me da miedo el mañana, porque ayer no me dio miedo el hoy y, viendo lo que veo, sí debería haberme asustado. Aunque, después de todo, supongo que la mejor manera de sobrevivir, es viviendo. Y para vivir, hacia delante he de seguir. Tal vez no esté tan mal mirar, de vez en cuando, hacia detrás; lo que sí está mal es vivir continuamente en un pasado que nunca volverá. La conclusión es que no se puede vivir de recuerdos, pero sí se puede recordar lo vivido.

Para los que están aquí, o algún día estuvieron.

Si en algún momento sabes que me has sacado una sonrisa, has estado a mi lado siempre que te he necesitado, me has apoyado, defendido, y/o ayudado, continúa leyendo, esto va para ti y para las personas como tú:

No sé si yo importo a muchas o a pocas personas, ni siquiera sé exactamente a quién importo; pero hoy quiero escribir para los que sienten y me hacen sentir que yo ocupo un lugar, ya sea pequeño o grande, en algún rincón de sus corazones. Quiero agradecer a todos los que han estado a mi lado, a los que un día estuvieron y a los que aún continúan aquí. Gracias, no solamente a los que me han hecho sonreír cada día, sino también a los que me hicieron sonreír, al menos, una vez.

Aprecio a toda persona que me ha dibujado una sonrisa; a las que me hacen sonreír, no únicamente en las buenas, sino también en las malas. Gracias a los que me han ayudado a crecer como persona, a los que me han hecho aprender, a los que me han ofrecido su mano cuando me han visto caer, a los que se han acercado a mí cuando vieron que no estaba bien, a los que pusieron su hombro y me hicieron sonreír mientras lloraba, a los que me han secado las lágrimas... Gracias.

Si te sientes identificado con alguna de mis palabras, si sabes con certeza que un día estuviste aquí, o que todavía no te has ido; si sabes que tú eres una de las personas a las que les he dado las gracias, entérate también de que eres alguien enormemente grande para mí.

La vida no es fácil, pero es mucho más complicada cuando no se tiene a nadie. Y yo he tenido la suerte de tener siempre a gente a mi lado. Sean pocas o sean muchas las personas a las que yo les importe, para mí son suficientes; porque, gracias a ellas, sé que, cada vez que caiga, no careceré de manos para volver a levantar. Pienso que así, las caídas no dolerán, o dolerán mucho menos.

También quiero decir que, para todos los que estuvieron y están aquí, yo estoy y estaré siempre aquí. Y, a veces, sin saber por qué, también estoy para los que nunca han estado; pero tal vez tampoco esté tan mal ayudar a los que nunca me han ayudado a mí. Ayudar, sea a la persona que sea, me hace sentir bien.

En resumen, vuelvo a dar las gracias a todos ustedes, a los que permiten que yo ocupe algún lugar ahí adentro. Significan mucho en mí, ni se imaginan cuánto. Les debo una infinidad de sonrisas, la misma cantidad que me han sacado ustedes a mí. Una vez más, y para terminar, muchísimas gracias.

jueves, 27 de junio de 2013

Cinco minutos.

Vuelvo a tropezar con la luna llena. Me sonríe, pero el cielo está tan oscuro que se me hace imposible sonreírle. Le pregunto dónde estás, y me tapo los oídos, no quiero escucharla. Sé que te has ido y ya no regresarás, pero quiero imaginarme que aún sigues aquí, tan cerca como siempre estuviste. Cariño, la vida es mucho más fácil cuando uno inventa su propia realidad, y yo he inventado que aún permaneces aquí, nunca te irás.

Observo las estrellas, buscando la más reluciente para ponerle tu nombre, pero nada reluce teniéndote tan distante. Un nudo se forma en mi garganta. Unas lágrimas que desean abrazarte, se deslizan sobre mi cara, formando un río de recuerdos que nunca fueron verdad. Recuerdos que, realmente, no son más que momentos los cuales siempre quise vivir a tu lado.

Dicen que todo lo que sucede, sucede por alguna razón. ¿Qué razón explica tu partida? Todo esto que siento es tan extraño, tan profundo... Nunca te conocí, pero créeme cuando te digo que te extraño. Te siento cerca, siento que me sonríes y me miras con tus pupilas azules, tan azules como el cielo, tan alegres como la vida cuando tú estabas aquí.

Por dentro reviento al saber que nunca podré hacer realidad el momento de encontrarnos, abrazarnos, darte un beso en la mejilla, sentarme a tu lado, contarte quién soy, y escuchar quién eres. La sangre nos une, pero la vida nos separa. ¿Dónde estás, que te siento, pero no alcanzo a verte?

Luna, regálame cinco minutos a su lado, sólo cinco. Cinco minutos en los que nos dé tiempo a conocernos, en los que a él le dé tiempo de contarme sus aventuras por el mar, y a mí me dé tiempo de escucharlas. Cinco minutos en los que podamos verte desde el mismo lugar. Regálame cinco minutos de tu noche, o róbale al sol cinco minutos de su día. Con esos cinco minutos podrás hacerme feliz para toda la vida, aunque en la vida él ya no esté.

Y, poco a poco, la luna fue desapareciendo, sin los cinco minutos de su noche, y sin robarle cinco minutos al sol. Otras veinticuatro horas volvieron a transcurrir sin él. El reloj volvió a dar vueltas y más vueltas, recordándole a cada segundo. Y ese maldito "tic-tac", que no paraba de sonar, gritándome que el tiempo pasaba y aquí él nunca volvería a estar. La luna volvió a marcharse, una vez más, sin hacer realidad aquel ansiado deseo: aquellos cinco minutos.



martes, 18 de junio de 2013

Letras sin sentido que, de una manera u otra, vuelven a echarte de menos.

Tú, que siempre estuviste presente cuando no estaba la gente que tanto me prometía. Tú, que me hiciste sonreír en todo momento, incluso en los días más lluviosos. Tú, que me has visto crecer y me has enseñado a hacerlo. ¿Por qué no estás aquí, ahora? ¿Por qué te necesito y ya no estás?

Y esa mirada seria que tan poco me gusta... ¿Por qué me miras así? Tu mirada es como una droga que yo nunca he sido capaz de evitar consumir y, como toda droga, hace cada vez más daño. No sé qué tienes para no lograr olvidarme de ti. Ya ni siquiera es un sentimiento, es un yo qué sé qué, es algo sin sentido que ha invadido mi interior, algo que resulta casi imposible expresar letra a letra.

Aún recuerdo aquel día en el que nos despedimos, intercambiando sonrisas, mientras tú me deseabas lo mejor para todo lo que iba a venir. Aquel odioso timbre que nos separó, aquel maldito reloj que sé que nos volverá a reencontrar más adelante, en el camino... No olvido aquella despedida en la que nos dijimos "adiós", aunque ambos, o por lo menos yo, sabíamos o sabía que iba a ser un "hasta siempre", mientras por dentro yo sentía que todo se me partía en pedacitos de recuerdos, sentía que todo iba a estar roto desde tu partida y así fue, así ha sido. Sin ti todo anda mal, amigo.

Duele que todos aquellos momentos ya sólo sean pasado, que yo no sea capaz de demostrarte que aún me importas; que ni el tiempo, ni la distancia han cambiado nada de lugar; que sigues siendo alguien grande, que continúo sonriendo para ti, porque sé que no te gusta que pierda mi sonrisa; que te extraño, joder, no sabes lo que te extraño.

Y si tú ya no estás aquí para acercarte a mí a preguntarme qué me pasa cuando mi sonrisa no está, ¿quién lo hará? ¿Quién me sacará una sonrisa en todo momento? ¿Quién, si sólo tú podías lograrlo?

Llevo bastante tiempo escribiendo para ti, no puedo evitar inspirarme con tus recuerdos, habitas muy profundamente dentro de mí, siempre acabas colándote en todas mis historias, estás en cada letra que me has visto escribir, en cada letra que tú me enseñaste a escribir.

Te vuelvo a dar las gracias por todo lo que aprendí de ti, por haberme enseñado a seguir adelante con una sonrisa, a pesar de todo. Siempre se puede aprender con una sonrisa y tal vez no haya mejor forma de hacerlo. Lo prometido es deuda y prometí no olvidarte, una promesa un poco dura, lo sé; pero, aunque no quiera, estoy segura de que, pase el tiempo que pase, siempre estarás presente, aquí, aquí junto a mí.

De grandes amigos se pueden sacar grandes historias y tal vez esto que he escrito no sea una gran historia, quizá ni siquiera sea una historia, siento que sólo es algo sin sentido, sólo son palabras que te vuelven a echar de menos; pero sé que tú sí eres un gran amigo, un amigo tan grande que ya no cabe aquí dentro; pero siempre haces lo imposible para quedarte, es mi mente la que se encarga de encerrarte y no dejarte salir. Eres uno de los espejismos más bonitos que alcanzo a ver a cualquier hora, en cualquier momento, hasta en la más profunda oscuridad de la noche. Vuelve.

lunes, 13 de mayo de 2013

Nostalgia.

Mientras dejo el tiempo pasar, escuchando ese continuo "tic-tac", me encuentro una vez más con una hoja en blanco y un bolígrafo, apenas sin tinta, delante de mí. Y, claro, ya sabes cómo soy yo: siempre caigo en la tentación de escribir; no puedo ver una hoja vacía, sabiendo que yo tengo mucho que decir. ¿Y qué mejor que rellenarla con letras?

Lo que no entiendo es por qué, cada vez que la inspiración entra en mí, lo hace con tu recuerdo y no puedo evitar acabar siempre escribiendo para ti. Habitas muy profundamente dentro de mí, y cada historia mía es una manera distinta de echarte de menos. Es extraño, porque te veo todos los días, sé que sigues estando ahí; pero ya nada es como lo era antes y es eso lo que más me duele, y te puedo asegurar que este dolor corroe, poco a poco, mi interior. 

Añoro, de una manera desbordada, los momentos que viví contigo, tu voz, tu mirada callada que me lo decía todo, los abrazos de tu aroma que me envolvían y me hacían volar al paraíso, tus conversaciones sin sentido que siempre me sacaban una sonrisa, tu conducta de enseñarme a aprender sin permitir que mi sonrisa se ausentara de mi cara... Regresa, por favor.

Puede que parezca un poco absurdo, pero quiero decirte que, hoy, mi sonrisa te la debo a ti. Hoy, sonrío gracias a tus recuerdos, y también a esos segundos en los que nos cruzamos y mi mirada se clava en tus ojos, mientras contemplan el resplandor de tu bonita sonrisa.

Esto es una locura y, sin ser consciente de ello, me estoy volviendo loca únicamente para no olvidarte. Quiero volver a verte aquí, de nuevo. Fuiste tú la única persona que logró hacerme sonreír cada día, tanto en los buenos como en los malos momentos. Fuiste tú la única persona que se acercó a mí a preguntarme "¿Qué te pasa?" cuando estaba llorando. Y es que no puedo soportar hacerme la idea de que tus momentos ya sólo son buenos recuerdos, y quizá no regresen, al igual que tú, que tal vez tampoco lo harás.

Se empieza a formar ese odioso nudo en mi garganta, el que siempre me alerta de que las lágrimas están haciendo fuerza para deslizarse sobre mí; pero yo seré más fuerte que ellas. ¿Sabes por qué? Porque estas letras, una vez más, vuelven a ser para ti, y sé que no te gusta que pierda mi sonrisa, o al menos eso fue lo que un día me dijiste. Así que seré fuerte, confiaré en que volverás, en que mañana nos volveremos a encontrar en el mismo camino que ayer nos separó, en tus palabras que decían "nos volveremos a encontrar más adelante", en ti, confiaré en ti. Y si te gusta verme sonreír, aunque no me puedas ver, te aseguro que yo sonreiré. Si alcanzas a leer esto, podrás apreciar que te extraño, o tal vez ni te molestes en pensar que estas letras son para ti. Un abrazo, y no tardes en regresar.

jueves, 9 de mayo de 2013

El dolor se seca a base de sonrisas.

Aquí estoy una vez más, arrojando letra a letra todo lo que mi voz es incapaz de decir, expresando una tristeza inmune que se resume en una dolida sonrisa. Uno de mis defectos, o una de mis virtudes, no lo tengo del todo claro, es sonreír en todo momento, aunque el dolor corroa y desvanezca cada rincón de mi interior, siempre sonrío. Tal vez lo haga porque la vida me ha hecho tanto daño, que ahora le sonrío, aunque me hiera una, dos, tres, o infinitas veces. Quizá aparente ser pequeña, o no del todo grande, quizá con mi edad lo normal es que no se sepa lo que es una herida procedente de la vida. Pero yo sí lo sé, lo sé desde hace ya muchos años. Sé que no hay peor herida que aquella que abre la vida, porque ese tipo de herida no es como la que me hacía corriendo en el parque, esta herida es casi imposible de cerrar. Cicatriza, pero en el momento menos esperado se abre de nuevo, y duele, aseguro que duele y hace caer en un profundo abismo, como si de un laberinto sin salida se tratase. No se cura con nada, ni con agua oxigenada, ni con tiritas, ni con alcohol... Y no queda otro remedio que seguir adelante, e intentar sanarla con una lagrimosa sonrisa.

El tiempo me ha hecho ver que, por muchos caminos pedregosos, o por muchas realidades de cristal por las que tenga que pasar descalza, nunca debo rendirme. Aunque la soledad me invada, aunque me sienta sin fuerza, aunque sienta que el mundo entero cae sobre mí, siempre he de seguir. 

Sí, puede que todos los días regale una sonrisa a todos, puede que siempre me asome sonriendo a este mundo loco, pero ese no es motivo para tomarme como alguien sin preocupaciones, sin problemas, sin dolor... ¿Y si las personas que más sonríen, tal vez, son las que más han sufrido?

Si sonrío no es porque siempre me sienta bien, sino porque no quiero explicar por qué me siento mal. Porque es mejor resumir todo con un "estoy bien" seguido de una sonrisa, que decir "estoy mal" y tenga que dar explicaciones, las cuales me hacen sentir peor. Prefiero guardar todo para mí, aunque a veces me harte de tanto tragar, sin nada soltar.

Tampoco he venido aquí para decir que estoy mal, sino simple y llanamente para decir que no estoy del todo bien. Estoy un poco harta de que me rodeen tantos malos pensamientos, y carezcan los buenos. Me canso de detenerme continuamente para escuchar a mi mente, y nunca me traiga buenas noticias. Me aburre reproducir la música más alta que mis pensamientos y acabar siempre llorando, oyendo como la tristeza sobrepasa el sonido de las corcheas. Y pensamiento tras pensamiento, dejo la vida pasar, con una sonrisa ahí afuera, mientras aquí dentro las letras empapan día a día, llorando, hojas en blanco. Me tengo que ir ya, así que será mejor que vaya cogiendo una sonrisa y ponga esta hoja al Sol, para dejarla secar, a ver si así se borra el dolor.

domingo, 5 de mayo de 2013

Mi amiga Soledad.

Regreso, una vez más, a vestir con mis letras una hoja en blanco. La soledad siempre me trae inspiración, y tal vez las palabras puedan rellenar cada hueco vacío de esta casa, y también de mi interior. Intento subir el volumen de la música, procurando no oír mis lánguidos pensamientos; pero resulta imposible ignorar a mi mente, cuando sé que me está pidiendo a gritos que me detenga a escucharla. ¿Qué querrá esta vez?

Hey, espera, ya casi la oigo, y me pide de manera desesperada que escriba, que no detenga mis palabras, porque sólo así podré entender lo que me quiere decir. Realmente, no comprendo mis pensamientos sin antes plasmarlos en la escritura. ¿Me vas a decir de una vez qué quieres, mísera mente?

Presiento que has venido para hacerme recordar, porque sabes que dentro de mí permanece un profundo abismo, en el que habita un añoro desbordado. Sabes que no me siento bien, y siempre vienes para hacerme sentir peor. No me hagas recordar, por favor, vete. No pensar, tan sólo quiero no pensar.

Veo que aún sigues aquí, aunque tampoco quiero que te vayas. Solamente pido que con ningún pensamiento me hagas llorar, que si vienes, vengas para hacerme mirar el lado bueno de todo esto que me rodea. ¿Pero cómo voy a mirar el lado bueno, si no sé en qué intrépido lugar se esconde?

Llegué a sentirme extremadamente feliz en aquel presente que, hoy, sólo son recuerdos. Mi mente no deja de recordar, haciéndome llorar, que los mejores momentos del pasado ya no volverán. Y hoy, de esta realidad, yo quiero escapar. Hoy, los buenos momentos ya no son una rutina como lo fueron ayer. Hoy, todo es demasiado aburrido. ¿Y qué puedo hacer? De llorar ya estoy cansada, y de sonreír también.

Siento que entre todos forman un círculo en el que yo me quedo fuera como si fuese un cuadrado incapaz de encajar. Y todo esto, quiera o no, acaba doliendo. Aunque quiera subir el volumen de la música para olvidarme de este mundo loco que me rodea, sé que no puedo hacerme la loca, sé que aquí dentro me arden demasiadas heridas incapaces de cicatrizar. Aunque por fuera quiera demostrar que estoy bien, yo sé perfectamente lo que hay aquí dentro, sé lo que pasa desde el momento en el que la soledad me invade. Aunque sonría, sé que mi sonrisa está cansada. Y aunque sepa que está cansada, también sé que, cuando yo salga de nuevo ahí fuera, volverá a acompañarme, como si nada pasara.

martes, 30 de abril de 2013

Me voy a ser feliz. No me esperéis despiertos.

A base de golpes, caídas, heridas, lágrimas y soledad, es como he aprendido a ser fuerte. Porque sé lo que es la soledad, sé lo que es caer y no tener a nadie ahí para ayudarme a levantar, sé lo que es el dolor, sé lo que es tener una herida abierta y sangrando. Yo caí en un abismo, y ahí no se veía nada. Pero pude salir y lo hice sola. Tal vez esto es lo que me ha ayudado a madurar, a mirar la vida como un laberinto difícil y cargado de obstáculos, pero con una salida que me lleva a vivir momentos repletos de alegría. Puede que la vida tenga malos momentos, quizá el número de tristezas sea mayor que el de alegrías, o viceversa, no lo sé. Lo que sé es que es maravillosa, a pesar de todo, la vida es uno de nuestros mayores regalos. Y todo regalo se acaba rompiendo, desvaneciendo, perdiendo, o simplemente se tira a la basura porque ya es demasiado viejo. ¿Por qué no iba a terminar la vida? Toda historia tiene principio, y también final. Todas las historias tienen comas que nos ayudan a respirar, puntos que nos hacen recuperar el aliento para poder seguir adelante... La vida también tiene comas para ayudarnos a respirar, puntos que nos indican el final de un párrafo, de un camino, de un atajo, y nos hace comenzar una vez más, en la misma historia, pero por un lugar desconocido. Y encontrarnos con el punto y final es como quedarse respirando eternamente dentro de un mundo sin oxígeno, es la pausa más larga que nos tomamos antes de seguir. ¿Seguir hacia dónde? No lo sé, no tengo ni la más remota idea de hacia dónde iré después de aquí, de esta historia, que es la vida. Pero, mientras tanto, viviré. Haciendo pausas, respirando, recuperando el aliento... Y, sobretodo, aprendiendo de cada error. He nacido para ser feliz, no perfecta. ¿Qué más da lo que digan? ¿Qué más da lo que piensen? Viviré a mi manera, para llegar al puerto que yo quiera. Si tengo que pasar página, cambiaré de libro. No me gusta seguir leyendo una historia que no me gusta. No sé quién estuvo antes de mí, ni quién estará después de mí; sólo sé que yo estoy aquí para vivir. Me voy a ser feliz. No me esperéis despiertos. No sé cuándo regreso.

martes, 23 de abril de 2013

Aunque calle, pido a gritos que regreses.

Una vez más, vuelvo a quedarme sola en casa. Intento subir el volumen de la música para llenar los espacios vacíos, pero es imposible llenar tantos huecos con unas simples y míseras canciones. Joder, vuelvo a echarte de menos sin querer y queriendo a la vez. He sido tan imbécil, me he comportado tan mal, he tenido los ojos tan cerrados, que ahora que los abro es cuando veo lo que significas para mí. 

Sabía que todo esto de extrañarte a cada segundo y todos los días iba a ocurrir, pero no hice nada para evitarlo. Me hice la ciega que podía ver, pero no quería mirar; no quise aceptar que la distancia se iba a interponer e iba a destrozar este fuerte vínculo, no quise asumir que todo iba a cambiar en apenas segundos. Y llegó ese momento, sonó esa maldita campana que anunciaba la despedida. ¿Cómo iba a decirte adiós, si no quería que te marchases? "Será un hasta siempre", pensé. "Adiós", te dije. Te despedí con una débil sonrisa y unas congeladas palabras, mientras por dentro me corroían las ganas de ir a abrazarte y no soltarte nunca más. Pero el miedo fue más fuerte que yo, y tuve que conformarme con una fría despedida. ¿Miedo a qué? Ni siquiera yo lo sé del todo bien. Miedo a perderte para siempre y tener que convertirte en recuerdos, tal vez.

Y hoy todo es tan distinto sin ti, sin los momentos que vivimos juntos, sin esas sonrisas que sólo tú sabes sacar en los buenos y malos momentos, sin respirar el aroma que tanto adoraba cada vez que pasabas por mi lado... No sé, quizás me arriesgué a quererte más de lo que debía.

Tengo la esperanza de que, el mismo reloj que un día nos separó, nos vuelva a reencontrar en el camino; de hecho tú me lo aseguraste, sin embargo yo no sé por qué diablos no termino de creerte. Será porque prometiste tanto y cumpliste tan poco, que ahora siempre me cuesta creer en tus palabras.

"No me gusta verte sin una sonrisa", "de cualquier manera, tú sigue ahí, no te rindas", "te quiero mucho", "¿hace falta que lo pregunten? Claro que lo es: es mi niña". Las palabras más grandes que he recibido y las cuales guardaré siempre dentro de mí, no esperaba menos de alguien tan grande como tú y me alegra saber que proceden de ti. Sólo espero que tú tampoco las hayas olvidado, ni hayas borrado su significado. Espero que aún siga significando algo para ti. Sé que hay algo que te impulsa a acercarte a mí, y tal vez tú también quieras convertir todo en lo que era antes. Pero dentro de mí se mueve algo que me maneja, que me obliga a alejarme de ti sin querer. Y me da rabia, me da rabia actuar fría y distante, cuando sé que lo que siento es muy fuerte, mucho más fuerte y grande que la distancia que nos separa.

Ya no queda nada de esta cuerda repleta de momentos en común, la cual compartíamos para llegar cada vez más lejos, ya se ha desvanecido, y yo he caído al vacío, y aquí no se ve nada, todo está muy oscuro, tal vez por ello te he perdido y sienta que estás cada vez más lejos. Todo ha quedado en recuerdos, muy buenos recuerdos que ojalá pudieran volver a convertirse en presente, no en pasado.

Eres muy grande, por favor, no lo olvides, no olvides nada de lo que te dije, de las palabras que te regalé, de lo que hice por ti, porque lo volvería a hacer una, dos, tres, y un millón de veces más. Porque te lo mereces, te mereces lo mejor que puede existir. No sé muy bien quién eres, pero sé quién me has demostrado ser y haciendo todo lo que hiciste me he convencido de que eres una de esas buenísimas y enormes personas que no se olvidan jamás. Porque estuviste ahí en las buenas y en las malas, me hiciste sonreír a cada momento y cuando nadie lograba hacerlo, me ayudaste, te preocupaste por mí, de defendiste... Y eso, pocas personas o ninguna son las que lo hacen. Gracias, te vuelvo a dar las gracias por no sé cuántas veces más, aunque creo que te mereces algo más.

Gracias por continuar regalándome la sonrisa que me regalaste desde el primer momento. Yo sigo mirándote los ojos y encontrando el cielo en ellos, sigo encontrando en tu mirada todo lo que necesito para sonreír. Ocupas un gran hueco, a pesar de haberme dejado un vacío monumental.

No hay día en el que no me sumerja en mi interior y no te encuentre naufragado en lo más profundo de mi ser. Siempre andas rondando por aquí, aunque en realidad sólo es tu recuerdo el que se mueve dentro de mí. Porque si fueras tú el que de verdad está aquí, no existiría esta soledad que ni la música, ni la escritura pueden llenar.

miércoles, 17 de abril de 2013

No tardes en regresar.

Este añoro corroe poco a poco mi interior, el echarte de menos se está convirtiendo en rutina y la rutina aburre, cansa. Por favor, no tardes en regresar, y cuando lo hagas procura convertir todo esto en lo que un día fue, en lo que un día fuimos. Convirtamos esta distancia en centímetros entre tu cuerpo y el mío, entre tu mirada y la mía. Reconstruyamos la cuerda cargada de buenos momentos que nos ayudaba a subir cada vez más hacia arriba, de la cual apenas queda un hilo a punto de desvanecerse. Transformemos este frío en un abrazo que entrelace tus brazos con los míos.

lunes, 8 de abril de 2013

Vuelvo a echarte de menos.

Si pensabas que ya me había olvidado de ti, aquí me tienes de nuevo, escribiendo para ti, poniendo el alma en cada letra. Tal vez seas tú el que ya se ha olvidado de mí, quizás ya no recuerdes lo que signifiqué para ti... Y aquí estoy yo una vez más para decirte que te extraño, que te sigo queriendo mucho, tal vez demasiado.

Sin ti todo ha cambiado. Mi sonrisa no luce con tanto entusiasmo, está algo cansada, siente dolor, está herida, te echa de menos. Y es que sólo tú lograste  hacerme sonreír en los días más oscuros, fuiste tú la única persona que estuvo aquí para sacarme una sonrisa en mis peores días, y también en los mejores. Y ahora no estás aquí para hacerlo.

Me enseñaste a aprender de mis errores, y a aprender también de ti. Me defendiste, te acercaste a mí cuando viste que no me sentía bien, te preocupaste por mí, me demostraste que te importaba, que no te gustaba verme sin una sonrisa. ¿Por qué todo ha cambiado en tan poco tiempo? ¿Por qué actuamos como desconocidos, si ambos sabemos que nos conocemos muy bien? ¿Por qué nos miramos y bajamos la vista cuando nuestras miradas coinciden, si antes siempre nos sonreíamos?

Creí que la distancia no iba a cambiar nada de sitio, pensé que esta amistad iba a ser más fuerte. Pero el tiempo me ha hecho ver que estaba equivocada. No sé dónde ha quedado la amistad. Lo único que sé es que este sentimiento sigue permaneciendo dentro de mí, me invade, me descontrola, me hace llorar, y a medida que pasa el tiempo crece más.

¿Quién me iba a decir a mí que la misma persona que ayer me hizo reír cada día, hoy me hace llorar cada noche? No hay recuerdo tuyo que no me saque una sonrisa, y a la vez una lágrima. Lloro porque sé que todo se ha convertido en un puto pasado, porque todos nuestros momentos ya no volverán, porque el tiempo ha pasado, porque nada volverá a ser lo mismo de antes, porque tan sólo pensar que ya me has olvidado produce en mí un estado de extrema tristeza. Y sé que volveremos a encontrarnos más adelante en el camino, pero te aseguro que nada podrá volver a ser lo mismo.

Recuerda siempre que siempre te recordaré. Fuiste, eres, y serás alguien grande para mí. Y si, como me dijiste un día, yo fui alguien especial para ti, espero que aún lo siga siendo, aunque no con tanta intensidad como antes, lo sé. Personas como tú no son fáciles de olvidar, son inolvidables. No puedo decirte más de lo que ya sabes, porque ya lo sabes todo, aunque aún no quieras darte cuenta. No quieres ver que, por muy increíble que parezca, eres imprescindible para mí. Eres un gran amigo, una enorme persona. Muy, muy grande.

Te vuelvo a dar las gracias por cada momento que viví a tu lado, cada ataque de risa, cada lágrima que se deslizaba por mi cara de tanto reír... Gracias por haber sido quien eres hasta el momento, por haber aguantado mi pesadez, por haber confiado en mí y seguir haciéndolo muy de vez en cuando, por perdonar mis errores y hacerme aprender de ellos. Gracias por todo.

Mi llanto te recuerda cada vez que patina sobre mis mejillas y me hace recordar a mí que no te gustaba verme sin una sonrisa dibujada, por ello intento sonreír ante los problemas, porque sé que nunca te gustó verme llorar. Pero, a veces, eres tú mismo el que me hace llorar con tus recuerdos, aunque en este caso mi llanto es de alegría. Alegría al saber que la vida me hizo conocer a un amigo increíblemente grande, a una persona que me sacó una jodida e inmensa sonrisa todos los días, aunque ahora  ya no sea así. Gracias, joder, mil gracias.

Repito que nada es lo mismo, pero sé que algún detalle sigue en su lugar. Como, por ejemplo, el darme fuerza para no rendirme. Porque me has ayudado a seguir adelante en todo momento, eso no te lo niego. Me has dado fuerza cuando viste que caí. Y te lo agradezco, te agradezco que aún permanezca algo dentro de ti que te impulse a acercarte hasta mí.

Este añoro corroe poco a poco mi interior, el echarte de menos se está convirtiendo en rutina y la rutina aburre, cansa. Por favor, no tardes en regresar, y cuando lo hagas procura convertir todo esto en lo que un día fue, en lo que un día fuimos. Convirtamos esta distancia en centímetros entre tu cuerpo y el mío, entre tu mirada y la mía. Reconstruyamos la cuerda cargada de buenos momentos que nos ayudaba a subir cada vez más hacia arriba, de la cual apenas queda un hilo a punto de desvanecerse. Transformemos este frío en un abrazo que entrelace tus brazos con los míos.