miércoles, 4 de septiembre de 2013

Gotas de lluvia que fomentaron un amor.

Alcé el brazo, creyendo encontrarte al otro lado de la cama, buscando el abrazo que me dabas todas las mañanas. Pero hoy no estabas. Abrí los ojos, perpleja, acariciando las sábanas como si te estuviera contando los lunares de la espalda. Los rayos del sol se colaban por la ventana, y a pesar de ello, todo estaba oscuro y frío en aquel dormitorio repleto de recuerdos que se empeñaban en no salir de mi cerebro. Cuanto más trataba de olvidarte, con más fuerza te recordaba. Algo dentro de mí todavía me decía que te volvería a ver. Fue tan fugaz tu partida, y se me está haciendo tan lento tu olvido...

Intenté llenar tu ausencia a base de pentagramas, pero fue como querer formar un océano sin agua. Encendí la radio y no escuché otra canción que no fuese tu preferida: I don't want to miss a thing, de Aerosmith. ¿Te acuerdas? Fue esa canción la que sonó de fondo aquel día, lánguidamente, mientras llovía...

Nos cruzamos por la calle, en tu mirada encontré el cielo. Tus pupilas se clavaron en las mías, y yo sentí algo en el estómago mucho más fuerte que las mariposas. Era como un maremoto, huracán, o terremoto. El tiempo se detuvo en un segundo, y parecía que sólo estábamos tú y yo, hablando en silencio, esperando a ver quién de los dos se acercaba primero. 
Parecíamos adolescentes: callando lo que sentíamos y pensábamos, por miedo al rechazo o al conflicto. Tú ya te ibas y, por dentro, al verte marchar, todo se me partió en pedazos. 

Yo, atónita, resbalé en la acera y caí al suelo. Cuando levanté la cabeza, comprobé que habías retrocedido, que estabas allí para ayudarme a levantar. Me sonreíste. Te sonreí. Y, en aquel instante, abrazados bajo la lluvia, convertimos un "yo" y un "tú" en un "nosotros", con un intenso beso que ninguno de los dos quería acabar. Nos preguntábamos qué iba a pasar después de aquello. Nos sentíamos como desconocidos que se conocían muy bien. Era como si estuviésemos andando por caminos separados, pero sabiendo que nos íbamos a encontrar en algún cruce. 

Una caída que apenas duró segundos, creó un amor que permaneció intacto durante años, y cada vez aumentaba más. Pero te fuiste sin avisar, dejando una nota que decía: "Me voy. Te quiero, y te querré por encima de todo, siempre. Debí decirte que me iba, lo sé, pero ni yo mismo lo sabía. No creas que me voy de tu vida. Me voy, en general, de la vida. Estate tranquila y cuando llueva, no te asustes, sal a la calle, pues cada gota de lluvia caerá del cielo y ahí es donde estaré yo, o al menos eso me han hecho creer. Imagina que cada gota de lluvia que roza tu cuerpo, soy yo, acariciándote de nuevo. Ama a la lluvia tanto como me amas a mí. Gracias a ella formamos lo que seremos siempre: un gran amor, un amor capaz de resistir cualquier tormenta. Te quiero, te querré, hoy y todos los días. No digas nada después de leer estas palabras, sólo sonríe, por favor, no pierdas nunca tu sonrisa. Recuerda que con esa sonrisa, gracias a aquel instante en el que nos sonreímos, formamos un 'nosotros'. Hasta siempre".

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