jueves, 27 de junio de 2013

Cinco minutos.

Vuelvo a tropezar con la luna llena. Me sonríe, pero el cielo está tan oscuro que se me hace imposible sonreírle. Le pregunto dónde estás, y me tapo los oídos, no quiero escucharla. Sé que te has ido y ya no regresarás, pero quiero imaginarme que aún sigues aquí, tan cerca como siempre estuviste. Cariño, la vida es mucho más fácil cuando uno inventa su propia realidad, y yo he inventado que aún permaneces aquí, nunca te irás.

Observo las estrellas, buscando la más reluciente para ponerle tu nombre, pero nada reluce teniéndote tan distante. Un nudo se forma en mi garganta. Unas lágrimas que desean abrazarte, se deslizan sobre mi cara, formando un río de recuerdos que nunca fueron verdad. Recuerdos que, realmente, no son más que momentos los cuales siempre quise vivir a tu lado.

Dicen que todo lo que sucede, sucede por alguna razón. ¿Qué razón explica tu partida? Todo esto que siento es tan extraño, tan profundo... Nunca te conocí, pero créeme cuando te digo que te extraño. Te siento cerca, siento que me sonríes y me miras con tus pupilas azules, tan azules como el cielo, tan alegres como la vida cuando tú estabas aquí.

Por dentro reviento al saber que nunca podré hacer realidad el momento de encontrarnos, abrazarnos, darte un beso en la mejilla, sentarme a tu lado, contarte quién soy, y escuchar quién eres. La sangre nos une, pero la vida nos separa. ¿Dónde estás, que te siento, pero no alcanzo a verte?

Luna, regálame cinco minutos a su lado, sólo cinco. Cinco minutos en los que nos dé tiempo a conocernos, en los que a él le dé tiempo de contarme sus aventuras por el mar, y a mí me dé tiempo de escucharlas. Cinco minutos en los que podamos verte desde el mismo lugar. Regálame cinco minutos de tu noche, o róbale al sol cinco minutos de su día. Con esos cinco minutos podrás hacerme feliz para toda la vida, aunque en la vida él ya no esté.

Y, poco a poco, la luna fue desapareciendo, sin los cinco minutos de su noche, y sin robarle cinco minutos al sol. Otras veinticuatro horas volvieron a transcurrir sin él. El reloj volvió a dar vueltas y más vueltas, recordándole a cada segundo. Y ese maldito "tic-tac", que no paraba de sonar, gritándome que el tiempo pasaba y aquí él nunca volvería a estar. La luna volvió a marcharse, una vez más, sin hacer realidad aquel ansiado deseo: aquellos cinco minutos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario