viernes, 5 de abril de 2013

Llegaremos a tiempo.

Me detengo un momento para intentar recuperar el aliento que la noche oscura y fría me había robado. No alcanzo a oír nada, excepto un continuo canto de grillos y unos lánguidos ladridos de perros aparentemente lejanos. Son las tres de la madrugada y el pequeño pueblo de Tías ya duerme. Yo aún permanezco despierta, asomada a la ventana de mi dormitorio, observando las relucientes estrellas que tanto destacan en este cielo tan oscuro. 

La noche transcurre sin descanso... Yo sigo pensando en mi vida, presenciando el molesto "tic-tac" que las agujas del reloj producen al andar. El tiempo sigue avanzando, y yo continúo perdida dentro de él. Tiempo... ¿Qué es el tiempo? Esa es la cuestión que no me permite dormir. La verdad es que detesto el tiempo, porque no me gusta tener que dejarlo atrás cada día, por verlo pasar y sentir impotencia al no poder hacer nada para evitarlo. No me gusta ver que el hoy será ayer, y el mañana también lo va a ser. Las horas, los días, los meses, los años, la vida... Todo es tiempo y el tiempo se acaba, tal vez sea ese el motivo por el cual la vida también termina. 

Ya son las cinco de la madrugada. Decido cerrar la ventana y regresar a mi cama. Cierro los ojos, pero no la mente. Continúo pensando en el tiempo, preguntándome por qué todo fluye dentro de él. Continúo haciéndome preguntas a las cuales no sé qué responder exactamente. Una lágrima está a punto de deslizarse por mi mejilla, aunque ni yo misma sé por qué. De repente, noto una sensación de peso, como si el mundo se me hubiese echado encima en tan sólo un mísero instante. Me siento sin fuerza. Pienso en salir de mi dormitorio para intentar tranquilizarme, pero acabo de oír hablar por teléfono a mi padre, Miguel, que ya se ha levantado para ir a trabajar. No me apetece dar las explicaciones que mi padre seguramente me pediría respecto a mis lágrimas, sobretodo porque ni yo misma las sé. Así que decido beberme mi propio llanto y compartirlo con la almohada.Sigo sin entender mi llanto injustificado. Todo surgió al querer hablar del tiempo. ¿Será que no supe aprovechar cada grano de segundo que ya ha quedado en el pasado? ¿Será que hoy extraño el ayer? Sí, en esta noche tan pesada, echo de menos el presente que un día viví, el que ya forma parte de mi pasado. Lloro porque he dejado atrás un pasado muy feliz, muchos años, horas, días, momentos, vida... Tiempo. Ya no soy el dulce bebé al que todos deseaban comer a besos, ni aquel bebé que solucionaba los problemas con un llanto y un par de pataletas. Tampoco soy aquella niña la cual era feliz con un simple juguete en la mano. Ya he crecido. Mis heridas ya no son las que me hacía jugando con mis amigos en el colegio, las de ahora tardan más en cicatrizar e incluso cicatrizadas siguen doliendo como el primer día. Mis problemas ya no son únicamente los que encuentro dentro del libro de matemáticas, ahora también encuentro muchos más fuera de él. Todo ha cambiado. El tiempo ha revuelto todo lo que creía tener en orden. 

Poco después, sin darme cuenta, logro detener mis lágrimas. Ya ha amanecido, otra noche ha quedado en el pasado. Comienza otro hoy que también se convertirá en ayer. Y pensando en el tiempo se me ha olvidado levantarme para ir a clase. Apenas quedan cinco minutos para poder peinarme, vestirme, desayunar e ir al instituto. Mi madre, Leticia, toca furiosamente la puerta de mi dormitorio, abre la misma y, con una cara entre dormida y enfadada, me dice:

- Anabel, hija, ¿qué haces aún en la cama? No te va a dar tiempo de llegar puntual a clase y ya sabes que no me gusta que llegues tarde.-

Yo guardo silencio durante unos incómodos segundos, y sólo fui capaz de sonreír, hasta que después dije:- Tranquila, mamá. En la vida nunca se hace tarde. Para mí, lo importante no es llegar a tiempo, sino llegar, sea a la hora que sea. Lo importante es llegar, mamá. Estoy cansada de estar cada día, continuamente, pendiente del reloj. ¿Por qué tengo que vivir dependiendo de dos agujas que no paran de moverse?- Respondí. Mi madre se quedó sin saber bien qué decir ante mis palabras, estaba muy extrañada con todo aquello que me había oído decir. Se acercó a mí, sonrió, me dio un beso en la frente y me dijo:

- Ya, Anabel, hija, pero... Bueno, venga, vístete y déjate de tonterías.

- Mamá, no son tonterías. He llegado a la conclusión de que en la vida merece la pena ir despacio. ¿Para qué quiero darme prisa, para estamparme cuando menos me lo espere contra el punto y final de esta historia, que es la vida? No, mamá. No me voy a dar prisa. Quiero vivir en cada segundo. Lo importante no es solamente vivir una historia, lo verdaderamente importante es escribirla una vez vivida y que, al poner el punto y final, no me quede nada por contar. Y si vivo deprisa no me dará tiempo de detenerme a observar los pequeños detalles y aprender de ellos, a vivir hoy todo el tiempo que mañana dejaré atrás. Si vivo rápido solamente podré vivir un resumen, y yo quiero vivir una historia completa, con todos los hechos. Vive despacio y llegarás a tiempo, mamá. En ocasiones ir rápido te impide llegar, ya que te puede hacer estampar. Las personas, cuanto más deprisa queramos llegar, más tardaremos en hacerlo, y a veces ni siquiera lo logramos hacer.- Dije.

Mi madre se quedó pensativa, y oí como en un susurro comenzó a hablar sola y dijo: "Anabel tiene razón, vivir deprisa no merece la pena. Nunca es tarde para llegar a tiempo. La vida no tiene final, es mi historia la que termina. Mi hija me ha hecho ver que, por muy tarde que sea para cruzar un camino, sé que podré cruzar a tiempo otro. Si la vida me pone barreras para impedirme llegar a tiempo, yo cambiaré de camino. Sé que, vaya por donde vaya, encontraré mi destino. Y si pierdo las primeras oportunidades, ganaré las segundas. Tarde o temprano, sé que llegaré a tiempo. Hoy, a Anabel se le ha hecho tarde y no la dejarán pasar a la clase de primera hora. Pero sé que llegará con tiempo suficiente para entrar en la segunda. El reloj temporiza la vida, no las oportunidades. Nunca se hace tarde para seguir adelante. Ahora es cuando, más que nunca, creo en la famosa frase que dice: cuando una puerta se cierra, otra se abre.”

Me quedé perpleja... Miro el reloj que colgaba en la pared de la cocina, sonrío, me despido de mi madre y, a un paso lento y tranquilo, me voy hacia el instituto. La primera clase ya había terminado, pero la segunda ni siquiera había comenzado.  

2 comentarios:

  1. hola me gusto mucho tu entrada hace tiempo que no visitaba tu blog pero que linda sorpresa mmm deje un premio para ti en mi blog ojala te guste besos.

    ResponderEliminar
  2. Hola, Laura!! Muchísimas gracias, por pasarte por aquí y por el premio, el cual me ha sorprendido. Me ha encantado. Besos!!

    ResponderEliminar