viernes, 5 de abril de 2013

Camino de rosas.


Y una vez más me encuentro sentada delante del ordenador, tecleando sobre una hoja en blanco, sin rumbo, intentando construir una historia. Hoy, no me siento del todo bien, me siento sin fuerza, por ello quiero a hablar de la vida, de los caminos pedregosos por los que he logrado pasar, de todo lo que he logrado superar. Y tú, que estás leyendo esto, supongo que te preguntarás por qué asocio mi falta de fuerza con mis malos momentos del pasado; pero lo entenderás, continúa leyendo, que lo entenderás... Te lo aseguro.

En mis débiles momentos, cuando siento que el mundo se me echa encima, me gusta recordar las peores situaciones por las que he pasado. Me gusta darme cuenta una y otra vez de que un día me tocó sufrir, un día la vida me puso zancadillas en las cuales perdí el aliento de vida, me puso barreras para impedirme seguir, me derrumbó, me dejó sola... Pero volví a levantar. Y recordar que a pesar de todo sigo aquí, que nunca me rendí, es lo que me ayuda a subir mi autoestima cuando la tengo por los suelos.

En esta hoja quiero recordar una de mis historias más tristes, porque así podré sentirme más fuerte. Es una de las historias que más me costó superar, pero logré hacerlo. Creo que las personas no sabemos ser fuertes hasta el momento en el que sacar fuerza es nuestra única opción para seguir adelante. Eso es lo que me ocurre a mí. Yo no sé ser fuerte, hasta que llega el momento en el que la vida me obliga a serlo. Y cambiando de tema... No me gusta la oscuridad, me trae malos recuerdos, y ya casi está oscureciendo, así que será mejor que comience con la historia que quiero contar antes de que se vaya el Sol.

Todo comenzó un martes, una noche del mes de abril, mientras yo dormía. La casa permanecía en absoluto silencio, todo aparentaba estar tranquilo. Pero, de repente, escucho un fuerte ruido al lado de mi ventana. Parecía que estaban forzando las persianas, intentando abrirlas. Yo estaba asustada y quise dirigirme hacia la cama de mis padres para sentirme protegida, pero no tuve valor. Mi cuerpo temblaba. Después de unos minutos, todo pareció haberse quedado en un simple susto; pero no fue así. De una forma violenta y repentina, el cristal de mi ventana se rompió debido a una fuerte pedrada. Alcé la cabeza y entre la oscuridad de la noche alcancé a ver una figura esbelta, encapuchada y cada vez más aproximada a mi cama. Era un ladrón.

Quise gritar para pedir socorro, pero entonces el encapuchado se lanzó bruscamente hacia mí y me tapó la boca con su gigantesca mano. El delincuente me advirtió que no gritase, que permaneciese quieta. El impacto de la situación provocó que me desmayase. La verdad es que prefería desmayarme y no enterarme de lo que sucedía, antes de estar despierta y vivir en una auténtica pesadilla.

Estuve casi dos horas sin despertar de mi desmayo. Cuando logré abrir los ojos, y recuperar el conocimiento, me dí cuenta de que estaba en un lugar desconocido. Mi boca permanecía tapada con un esparadrapo, tenía las manos atadas tras el respaldo de la silla en la cual estaba sentada. Era un secuestro. Yo era la secuestrada. La situación era semejante a la de una película de terror, pero era la realidad; la absurda realidad. Y sentía miedo, mucho miedo. Extrañaba a mi familia y mis ojos no se cansaban de llorar.

Después de unos instantes, el secuestrador se acercó a mí, rozando la punta de un afilado cuchillo sobre mi nariz. Me temí lo peor. Tenía únicamente diecinueve años, no merecía morir tan pronto y menos asesinada.

- ¿Por qué lloras, pequeña Isabelle? - Dijo el secuestrador con una sonrisa sarcástica formada en su rostro.

No me atreví a responder, estaba tan asustada que no me salían las palabras. Y aunque quisiera, no podía hablar, ya que mi boca permanecía tapada. Lo que me extrañó fue que el encapuchado supiese mi nombre. Sería alguien cercano cuyo objetivo era hacerme daño, supongo. Pero no me importaba saber quién era la persona que me había secuestrado, lo único que me importaba era salir de aquel lugar tan oscuro y solitario en el que me encontraba.

Transcurrieron tres días. Seguía atrapada entre las garras de un diablo. Aún estaba secuestrada. Apenas había comido. Me dolía todo el cuerpo, no sentía las piernas. No entendía qué quería de mí el tipo repugnante y malvado que me tenía en aquel lugar. No había vuelto a acercarse a mí desde aquel momento que me vio llorar, pero volvió a hacerlo de nuevo. Esta vez no tenía un cuchillo, sino una rosa cargada de espinas. Me quitó el esparadrapo de la boca, me desató las manos y me dijo: ¿Ves la rosa que tengo en mis manos? Te la he traído a ti, pero ten cuidado al cogerla, porque está cargada de espinas. Es semejante a la vida. Si tú pudieses poner la vida sobre tus manos te darías cuenta de que también está cargada de espinas. Pero esas espinas se pueden eliminar, así que no sientas miedo; no llores. Mira, te irás de aquí sin saber quién soy, aunque sí sabrás por qué te he secuestrado: lo he hecho para que te des cuenta de que el miedo y el llanto no te llevan nunca a ningún lado. Tu vida ha tenido muchas espinas, lo sé porque te conozco desde hace tiempo. Pero, si te paras a pensar, ¿cuántas espinas has sido capaz de superar? Todas, las has superado todas. Por ello debes sonreír, y sentirte alguien extremadamente fuerte.

Yo no respondí nada, me quedé perpleja. Horas después, quedé en libertad y volví a ver el resplandor del Sol. Me despedí de la oscuridad. Un poco desorientada, regresé a casa y mi familia me abrazó tan fuerte como nunca. Mi madre me preguntó qué me había pasado y yo, sonriente, le dije: “no ha pasado nada, mamá. Tropecé con una espina del camino, nada más. Pero he sacado mi fuerza y aquí estoy de nuevo, contigo y nuestra familia, mamá, estoy tan sana como una rosa sin falta de agua.”

Mi madre sonrió y me abrazó de nuevo. Yo volví a sentirme feliz y aprendí que si la vida es fuerte, yo lo debo ser más. Aprendí a luchar incluso en la más profunda oscuridad. A darme cuenta de que lo doloroso no es solamente la caída, sino quedarme en el suelo después de haber caído. Sé que la vida no sólo regala flores... Y cuando me regale espinas, de ellas yo haré rosas.

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