viernes, 5 de abril de 2013

Castillos de arena.


Está claro que los tiempos cambian, la vida avanza, el reloj siguen andando... Y yo sigo creciendo, todos seguimos creciendo. Parece que fue ayer cuando nací, pero hoy ya me encuentro con setenta y ocho primaveras delante de mí. No sé si he sabido aprovechar el tiempo del todo bien, tal vez algunas horas se me hayan caído del bolsillo mientras andaba. Aunque pienso que ningún tiempo se pierde, mientras uno esté vivo.

Siempre he sido un hombre de campo, de esos que sustituyen el marrón por el canelo, y el azul celeste por el azul flojo... Nací en la mar, me he criado en la mar, y en la mar moriré. Llevo pescando desde que tenía cinco años, fue mi padre, Manuel, quien me enseñó a hacerlo. Todas las tardes yo iba a pescar con él y recuerdo que siempre me decía: “Jose, hijo, nunca intentes pescar el pez más grande; confórmate con coger alguno, aunque sea pequeño. Lo que aparenta ser pequeño pequeño, en ocasiones, suele ser muy grande.” Y tenía razón. Es igual que en la vida... En ella, hasta las personas más pequeñas pueden convertirse en las más grandes.

Mis amigos se reían de mí, decían que pescar era asunto de viejos, que los niños pescadores eran inferiores. Yo nunca les hice caso. Siempre me ha gustado tomar mis propias decisiones, de lo contrario me convertiría en alguien que no soy. Me gusta ser como quiero ser, no como los demás quieren que sea. Nunca me he llegado a sentir inferior, y a estas alturas no creo que alcance a sentirme así.

Puede que yo sea del campo, que haya crecido entre corrales de animales, que cada día haya respirado un aire cargado de estiércol; que desde niño haya trabajado en las tierras de mi padre, en lugar de ir a la escuela. Aunque sea un poco inculto... ¿Nadie se ha dado cuenta de que la gente como yo, del campo, es la gente más fuerte? No me quiero echar flores a mí mismo, pero realmente pienso así. En el campo se pasó mucha hambre, se sufrió mucho, y nadie se dio por vencido. ¿No es eso ser fuerte?
Cuando yo nací fui una gran carga para mis padres, no sabían con qué mantenerme. Pero era su hijo, y tenían que sacarme adelante. Mi padre, de día, trabajaba en la mar; y de noche lo hacía en la calle, vendiendo la vieja ropa que en casa apenas se usaba. Mi madre, llamada Aurora, lavaba la ropa de los vecinos a cambio de que estos le pagasen. También asaba castañas en una calle cerca de casa. Ambos se pasaron la vida trabajando. Nunca pudieron comprarme un juguete, pero sí me dieron de comer, me abrazaron para calmar el frío en los meses de invierno, y me dieron todo el cariño que un niño necesita. El camino de la vida nunca es fácil, y lo es menos aún cuando hay marejada. Mis padres actuaron como un rompeolas, para así evitar que yo me ahogase. Y estoy muy orgulloso de ellos.

Mi infancia no fue fácil, pero sí feliz. No podía comprarme juguetes, por ello los fabricaba yo. Mi preferido era la moto, un juguete fabricado con un trozo de madera pegado a un vacío tarro de leche condensada, en el que dentro introducía una vela encendida para que ejerciera del foco delantero que tienen las motos de verdad. Las ruedas eran mis piernas, la carretera era un llano cubierto de secas hierbas, y mi boca hacía el ruido que hacen las motos al acelerar. Todo consistía en tener la suficiente imaginación como para sentirme un verdadero motorista. Lo mejor era que nunca se acababa la gasolina. Qué buenos recuerdos...

Siempre he tenido cara de pocos amigos, pero tuve muchas amistades. Amistades que perdí con el paso del tiempo, porque todos mis amigos fueron marchándose del pueblo... Se fueron a vivir a la cuidad. Yo no me atreví a hacerlo. Mi hogar era el campo, allí me crié. No soportaría vivir en un lugar rodeado de edificios, en el que únicamente se oyen coches pasar. Desde siempre me ha gustado asomarme a la ventana y ver los árboles, salir a la calle y oír el canto de los pájaros, verme rodeado de montañas y corrales de animales, así que me quedé en el pueblo, en el campo.

Mis amigos comenzaron a enriquecerse. En la ciudad había bastante trabajo y por ello ganaban mucho dinero. Nunca me escribían ninguna carta para ponerse en contacto conmigo y cuando lo hacían era para restregarme su riqueza por mi cara. Cambiaron su personalidad. Para ellos, pasé de ser “Jose, el amigo” a “Jose, el conocido”. Claro, yo era alguien mugriento y ellos tenían una alta clase, así que no podían llevarse conmigo. No eran capaces de ver que ellos también fueron lo que fui y sigo siendo yo... Un hombre del campo, trabajador, luchador, humilde, honesto, y pobre. Ya se habían adentrado en una nueva vida, ahora eran ricos que ignoraban a los pobres. Pienso que el dinero arruina a las personas. Los ricos, si más tienen, más quieren para ellos. Y los pobres que menos tienen son los primeros que se ofrecen para darle a los que estén por debajo de ellos.

Yo seguía y sigo siendo feliz, con o sin amigos. Mi conciencia está tranquila. No he hecho nada para que se distanciaran así de mí. Me asilaron por ser pobre. Pero en realidad soy el más rico. No tengo dinero, pero tengo personalidad. No tengo una gran casa, pero puedo dormir bajo un techo. No soy uno de los peces más grandes, pero soy un pez. Pez al que echaron de su banco. Mi padre me enseñó a no discriminar a los peces por muy pequeños que fuesen. Y le hice caso, pero debí enseñarle la misma lección a mis amigos. Ahora, yo soy un pequeño pez al que han abandonado. Nadie se dio cuenta de que fui y sigo siendo alguien grande. Las personas grandes no son las más altas de estatura, sino aquellas que han sabido estar ahí en las buenas y en las malas, las que han sacado una sonrisa en tiempos de tormenta, las que nunca se han rendido... Esas son las personas grandes. Y yo siempre he estado ahí para ayudar a todo el mundo, aunque no me hayan pagado con la misma moneda. Yo he hecho sonreír a todas las personas que están a mi alrededor, y en todo momento. Nunca me he rendido. Yo soy muy grande. Lo sé.

Las personas que están en lo más alto, no significan que sean las más grandes. Puede que mis amigos sean ricos, y yo no. Puede que ellos vivan en un alto castillo, y yo en una humilde cabaña. Pero no se dan cuenta de que sus castillos son de arena, y se pueden volar hasta con la más pequeña ráfaga de viento. Y cuando se vuelen sus castillos, yo no les ofreceré mi cabaña.

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