viernes, 15 de junio de 2012

Un sueño dentro de otro.

Me he parado a pensar en el mundo que me rodea y me he dado cuenta de que todos los días vivo dentro del tiempo, pendiente del reloj; vivo escuchando ese continuo "tic-tac" que me indica que los segundos avanzan, que la vida pasa y no se puede detener ni un instante. Vivo con el tiempo pegado al cuerpo; por las mañanas me despierto con prisa, con miedo a que se me haga tarde, corriendo por toda mi casa como si de unas olimpiadas se tratase y siempre se me hace tarde, porque se me olvida mirar el reloj, se me olvida girar la cabeza y observar las agujas que, mientras se mueven, construyen mi destino. Se me hace tarde y tengo que dejar mi casa del revés, con todo tirado; el pijama encima de mi cama deshecha, la loza del desayuno sin fregar en la cocina que permanece sin recoger y el despertador tirado en el suelo de mi desordenada habitación.

Salgo de mi casa y, al mismo tiempo que el viento choca contra mi cara, mis pulmones respiran el aliento del amanecer; mis ojos permanecen cerrados, intentando dejar mi mente en blanco; mi cuerpo se detiene en el tiempo y, de repente, recuerdo que se me hace tarde, así que comienzo a caminar a un paso ligero, pero, en un instante, me vuelvo a perder en el tiempo; escucho el sonido de los pájaros que me transmiten tranquilidad, los gritos dulces del viento, el sonido de las nubes al rozar con el sol que, poco a poco, va despertando, iluminándose y creciendo por el este. Parece que llego a tocar el cielo con la punta de los dedos y todo gracias a los sonidos de la naturaleza. "Naturaleza", ¿qué demonios quiere decir esa palabra? Tal vez, la naturaleza sea todo aquello que se encuentra en un lugar que me lleva a un mundo distinto; un mundo de otro color, en otra dimensión, en el que no se escucha el reloj; un mundo en el que no existen las prisas, en el que me despierto con el canto de los pájaros y no con el ruidoso pitido del despertador. 

Sí, existen miles de palabras maravillosas para describir a la naturaleza, pero no tenía tiempo de seguir pensando en el tema, ya que recordé que se me hacía tarde para llegar a ninguna parte. No sabía hacia dónde caminaba exactamente, no sabía la hora exacta a la que tenía que llegar, pero corría por el simple hecho de hacer lo mismo que todas las personas, es decir, vivir de prisa y perdiendo el tiempo mientras intento detener a este mismo.

No entendía nada y, por muchas vueltas que le daba a mi cabeza, no encontraba ningún motivo para vivir con el reloj en la mano, corriendo y sintiendo miedo por llegar tarde a un lugar que ni siquiera sé dónde está ubicado, ni siquiera sé la hora exacta a la que tengo que llegar; pero seguía corriendo, sin detenerme.

El tiempo seguía pasando y todo seguía igual, nada había cambiado; yo seguía corriendo y pendiente del reloj, pero nunca llegaba a un destino exacto y mi cuerpo se encontraba sin fuerza, mis piernas sentían un ligero cosquilleo, un intenso dolor, un cansancio mortal. Mi garganta estaba seca y a gritos pedía un poco de agua, así que decidí parar de correr y comprar una botella de agua. Mientras la bebía, escuché el canto de los pájaros, entonces volví a entrar en el mundo de la naturaleza, el mundo que más me gustaba. Me quedé perpleja, porque comencé a ver imágenes increíbles. Aquellas imágenes eran relojes, relojes que se rompían en trozos mientras sus agujas salían disparadas hacia el infinito; eran unos grandes relojes que se acercaban a mí, pero cuando se encontraban a unos centímetros de mi cuerpo desaparecían, se deshacían y se transformaban en pájaros que rodeaban mi cabeza y bailaban al ritmo de su canto. Todo parecía increíble, al fin mi sueño se había logrado; todo era naturaleza, tranquilidad; al fin nadie vivía pendiente del tiempo; en ninguna parte se escuchaba el sonido del reloj; por fin podía vivir a mi ritmo y no al del reloj.

Yo permanecía sentada en el borde de una acera, enfrente del supermercado en el que compré la botella de agua. Permanecía allí, pasmada; parecía que se había plantado un fantasma ante mí, pero había sucedido algo mucho mejor; había sucedido un sueño que estaba intentando alcanzar desde hacía mucho tiempo, un sueño por el que luchaba mientras corría y era el de hacer desaparecer el tiempo. Lo veía como un sueño inalcanzable, pero sucedió en el momento menos esperado. Todo lo que tenía que hacer para cumplir el sueño de detener el tiempo era detenerme yo en él, ¡es increíble, pero cierto!

Comencé a reírme, porque había perdido el tiempo intentando llegar a tiempo, luchando contra él, pero viviendo pendiente del mismo. Y en el momento en el que me quise rendir fue cuando todo se hizo realidad, en el momento en el que me detuve y me olvidé del tiempo fue cuando este se detuvo y desapareció.

En el mundo que había aparecido ante mí habían muchas casas en las cuales se escuchaban el sonido de la radio, el de la televisión, el de la risa, el de las conversaciones en familia; se escuchaban sonidos muy agradables, varios sonidos distintos, menos el del reloj.

Por las mañanas, las familias se despertaban con el toque del viento contra la ventana o con el canto de los pájaros desde sus nidos, pero nunca con el pitido del despertador. 

Allí, en mi mundo hecho realidad, nadie corría, nadie sentía miedo de llegar tarde, nadie hacía una carrera por toda su casa antes de salir de esta, nadie dejaba todo tirado; ahora no existía el tiempo, pero había tiempo para todo.

Todo era tan increíble, que aún no me lo creía, pero cuando comencé a creérmelo sonó el despertador; era la hora de levantarse, correr por toda mi casa, dejar todo tirado y sentir miedo de llegar tarde.

Me dí cuenta de que todo había sido un sueño que contenía la mayor ilusión que intento alcanzar día a día. El mundo seguía igual y nada había cambiado. Todo mi alrededor seguía corriendo, viviendo todos los días el estrés de la repetitiva y cansina rutina. Todo el mundo seguía intentando aprovechar cada milésima de segundo, sin perder ni un instante.

Me derrumbé por completo y comencé a llorar mientras el sonido del "tic-tac" del reloj aumentaba dentro de mi cabeza, hasta llegar a soñar más fuerte que los latidos de mi corazón. Tuve que reconocer que es imposible vivir sin el maldito reloj, el reloj que muchas veces provoca el final de un sueño, pero la ilusión de comenzar otro. El reloj provoca el final de una historia, pero, a veces, el comienzo de otra; provoca tristezas, pero también alegrías.

El tiempo pasa y la vida se va acabando al mismo tiempo que yo voy recordando todo lo que he vivido. Nunca debo vivir de recuerdos, pero siempre debo vivir recordando todo lo que he vivido. Hoy, he decidido no perder el tiempo intentando detener al mismo, dado que sé que es imposible vivir sin un reloj a mano. El tiempo va a avanzando y me lleva entre sus brazos, enseñándome cosas nuevas día a día, haciéndome vivir historias, momentos y experiencias inolvidables. El tiempo hace que evolucione en la vida; él me ayuda a dejar una huella atrás cada día; hace que dé pasos hacia delante, que aprenda de mis errores y sobre todo, hace que mis ganas de vivir aumenten día a día, que me entren unas ganas inmensas de vivir, pero aprovechando cada segundo que el mundo me regala.

No hay comentarios:

Publicar un comentario