miércoles, 13 de junio de 2012

Demasiado tarde para retroceder.

Una tarde, estaba aburrida en casa y mi madre me propuso salir a dar una vuelta. Yo era una adolescente rebelde, de esas que no salen con sus padres porque sienten vergüenza, así que no acepté la respuesta y preferí quedarme en casa, mirando la televisión. Le dije a mi madre que saliese ella sola o que quedara con sus amigas, porque sabía perfectamente que yo no salía con ancianas pesadas, esa era la definición que tenía hacia mi madre. Ella no se asombró con mi respuesta, ya que está acostumbrada a escuchar mis bordes palabras hacia ella. No me dijo nada, solamente me miró con una mirada de miedo; parecía una mirada llena de dolor y tristeza. Cuando mi mirada se cruzó con la suya, pude contemplar el dolor que sentía todos los días de su vida, el sufrimiento por el cual yo le estaba haciendo pasar, entonces me paré a pensar en que, tal vez, si yo volviese a ser la niña que antes era, aquella que todos los días le decía un "te quiero, mamá", ella iba a ser más feliz. Mientras ella se preparaba para salir hacia ninguna parte, yo me dirigí a su cuarto e intenté pedirle disculpas por todo lo que le había hecho pasar, pero ella no me dejó hablar, me interrumpió desde el momento en el que escuchó mis pasos por el pasillo de mi casa.

Llegué a escuchar el sonido de su llanto, pero no quise acercarme a ella, ya que no quería verme. Me puse a llorar yo también, porque me sentía la peor persona del mundo; sentía que no valía para nada, excepto para hacer sufrir a los demás; sentí que estaba desaprovechando el tiempo, que estaba destrozando mi vida y la de mi madre. Pensé en todos los momentos de la infancia que viví con ella, los juegos a los que me enseñó a jugar, los besos que me dio cuando me desvelaba por las noches, los abrazos que me ofrecía cuando yo sentía frió, las sonrisas que me regaló sin motivos y entonces, me derrumbé por completo. Ella me enseñó a vivir, a dar los primeros pasos, ella me enseñó a crecer en la vida, me dio la mano para ayudarme a levantar cuando me caía; ella fue la única persona por la cual estoy en este mundo y se lo estoy pagando con discusiones diarias, con insultos, rebeldías y engaños. Sabía que todo tenia que cambiar, tenía que cambiar mi mentalidad cargada de ignorancia, pero no me atrevía a hacerlo. No me atrevía a pararme enfrente de mi madre, mirarla a la cara y decirle que la quiero, que es la persona más importante en mi vida; no me atrevía a pedirle perdón por todo lo el dolor que le he hecho sentir.

Escuché el golpe de la puerta, golpe que me hacía saber que mi madre había salido y yo ni siquiera sabía hacia dónde iba, no sabía si saldría sola o en compañía. Ni siquiera me dio tiempo de decirle lo que sentía en aquel momento; de decirle que necesitaba hablar con ella, porque me sentía muy arrepentida por todo lo que le había hecho vivir en mi etapa de adolescencia.

Me puse en pie y enfrente de mí encontré un espejo. Me quedé perpleja y en mi cabeza se formó un huracán. Empecé a recordar todo lo que ha vivido mi madre, todo lo que ha luchado por sacarme adelante. Ella ha intentado ayudarme a no cometer los mismos errores que ella, a no dejar que alguien decida por mí como hicieron con ella. A ella la violaron y de esa violación aparecí yo. Sé que mi madre podría haberme dejado en un contenedor de basura, ya que yo era una bastarda; yo era un bebé aparecido de la nada, un bebé sin padre. Pero, a pesar de todo, mi madre tuvo el valor de aceptarme, cuidarme y sacarme adelante ella sola, sin nadie más, porque ni siquiera su familia le ayudó. Ella fue una mujer con un pasado muy duro, fue una joven muy loca, tuvo problemas con las drogas y fue ahí cuando se quedó sola, cuando toda mi familia le abandonó, pero siempre le quedaba yo, para calmar su soledad.

Yo la quería mucho, siempre hacía lo imposible por ella, pero había algo que no me gustaba y era que no sabía nada de mi padre. Todos los días esperaba a mi padre, pero no aparecía. Hasta que llegó un momento en el que mi madre tuvo valor para decirme que yo no tenía padre, que solamente era producto de un abuso sexual y no de un profundo amor como la mayoría de los nacimientos.

A partir de ese punto fue cuando comenzó mi cambio. Fue ese punto cuando mi madre empezó a sentir dolor, a tenerme miedo y eso era lo que me hacía sentir segura, eso me hacía tener valor para seguir así, ya que sabía que la que mandaba era yo, porque ella me temía.

Comencé a llorar y las lágrimas empapaban toda mi cara. Me aparté del espejo y decidí llamar a mi madre por teléfono. Necesitaba contarle que, por fin, había decidido cambiar, abrir los ojos y darme cuenta de que una madre es lo mayor que se puede tener en la vida, pero no obtuve respuesta; su teléfono no se encontraba disponible.

Esperé un rato y la volví a llamar por teléfono, pero seguía sin disponibilidad. Estaba preocupada y no sabía que hacer, así que me senté en el salón a ver la televisión e intenté tranquilizarme. Para ello, intenté pensar en que ella estaría bien, en un lugar seguro, pero sin cobertura y por eso no conseguía ponerme en contacto con ella.

La televisión no me entretenía; no encontraba nada que me interesara de verdad, pero decidí dejar el canal de las noticias, entonces emitieron las noticias de última hora.

Hubo un incendio en un Bar de Sevilla un niño desapareció en Barcelona y una mujer había muerto debido a un suicidio en una calle desconocida de Madrid. Una mujer, un suicidio y en Madrid. Por mi mente se pasó la idea de que mi madre se había suicidado, pero no quise aceptarla. No quise aceptar que mi madre había muerto, que me había quedado sola y con la conciencia cargada, dado que yo era la única culpable de la muerte de mi madre. Efectivamente, aquella era la realidad. Fue mi madre la que se suicidó, la que prefirió acabar con su vida, antes de seguir viviendo conmigo. Mi madre se había ido y no pude despedirme de ella, no pude sentarme a su lado y decirle que iba a cambiar, que iba a volver a ser la niña que le decía un "te quiero" todos los días, la que le acompañaba a todas partes. Me quedé con las ganas de gritar palabras de cariño y no insultos; me quedé con las ganas de ese beso de buenas noches que ella me daba siempre; con las ganas de ese abrazo cuando un abrigo no era suficiente para calmar mi frío.

Era mi madre, la mujer que me había dado la vida y yo se la había quitado. Todo parecía imposible, pero era la cruda realidad, entonces me di cuenta de que el tiempo pasa demasiado rápido, no hay tiempo para retroceder. Debo pensar antes de actuar, porque puede que después sea demasiado tarde. Me di cuenta de que me había quedado sola y los últimos recuerdos que tenía de mi madre eran los momentos de discusión.

Pasé dos años sin hacer nada, aburrida en casa y sin tener a nadie que me propusiese salir a la calle. No hacía nada, excepto llorar. Quise llorar hasta quedarme sin lágrimas, hasta morirme de dolor, pero reflexioné y pensé que, alomejor, debía de seguir adelante; debía de seguir adelante intentando olvidar el pasado; olvidando todos los errores que cometí y aprendiendo de ellos. Echaba mucho de menos a mi madre, echaba de menos su sonrisa cuando me miraba, sonrisa que me motivaba para vivir. Sí, la echaba bastante de menos, pero ahora me tocaba vivir lo mismo que ella vivió: la soledad. Entonces fue ahí cuando pude darme cuenta de lo que sufrió mi madre cuando no tenía a nadie a su alrededor, me dí cuenta de que sus consejos me los daba por las malas experiencias que ella había vivido. Ella quería lo mejor para mí, pero yo me empeñé en pensar que sus consejos no me servirían de nada, en que ella solamente era una mala persona que quería destruir mi vida de la manera en la que ella lo hizo con la suya, pero todos mis pensamientos eran erróneos, porque lo único que quería mi madre era enseñarme a vivir; enseñarme a centrar la cabeza, a aprovechar el tiempo y a no destruir mi futuro de la manera en la que ella lo hizo.

Fui una estúpida, no supe valorar lo que tenía y ahora lo he perdido, pero he seguido adelante gracias a los consejos de mi madre. Ella un día me dijo que de errores se aprendía y yo, con todo esto que ha pasado, he aprendido a valorar lo que tengo. Con esto he aprendido a expresar lo que siento en el mismo momento en el que lo siento, porque puede que se acabe el tiempo y no pueda expresarlo. He aprendido que los padres siempre están ahí, en los buenos y en los malos momentos.

Los padres son las únicas personas que estarán a  tu lado cuando todo el mundo se haya ido; los que te apoyarán y te ayudarán a crecer, a madurar y a reflexionar. Los padres son los que soportarán todos tus errores y te ayudarán a aprender de ellos. Son las únicas personas que siempre te abrazarán en los meses de invierno y te abanicarán en verano. Ellos te besarán por las noches, te despertarán con una sonrisa por las mañanas. Los padres trabajarán para sacarte adelante, te darán consejos que, por muy estúpidos que puedan llegar a resultar, son consejos muy buenos, consejos que vienen de malas experiencias, así que siempre, todas las personas, debemos de seguir los consejos que nuestros padres nos dan, porque ellos solamente buscan lo mejor para sus hijos. Ellos nunca quieren molestarnos, solamente desean que sus hijos crezcan y puedan sentir un gran orgullo de sus padres; que puedan decir que gracias a sus padres han podido vivir, que los padres fueron las personas que te hicieron abrir los ojos y darte cuenta de que, a veces, es demasiado tarde para retroceder.

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