lunes, 18 de junio de 2012

Le prendí fuego a la lluvia.

Y de repente, la lluvia va cayendo cada día más fuerte sobre el mundo, el sol desaparece a la misma vez que las nubes se van oscureciendo con el paso del tiempo. Intento esquivar las gotas de lluvia, pero no paran de caer y su fuerza va aumentando, mientras que la mía disminuye, entonces es ahí cuando me alcanzan, patinan sobre mi cara, luego se van deslizando por todo mi cuerpo. Estoy empapada, siento frió y no tengo a nadie a mi lado para que me abrace; estoy sola a mitad de la nada, peleando contra el viento, jugando con la lluvia, contando las estrellas y esperando de ellas una señal de luz, de que todo se resuelva y, por fin, se haga de día; espero de las estrellas un motivo para no perder la esperanza de que salga el sol en mi vida.

Las horas pasan, pero no amanece, tampoco escampa. Mi cuerpo tiembla de frío, pero mis dientes tiemblan de miedo; miedo de que nunca llegue la solución de esta tormenta, de que no salga el sol y me tenga que quedar para siempre a oscuras, con la ropa empapada, con mi cuerpo goteando cada una de las gotas que han caído sobre mí haciéndome sentir dolor.

Cierro los ojos con la esperanza de que todo se trate de un mal sueño, pero cuando los abro me doy cuenta que nada ha cambiado, todo sigue igual de frío y revuelto. La única luz que alcanzo a ver es la de los relámpagos, el único sonido que escucho es el que ejercen los truenos, lo único que siento son las gotas de lluvia patinando a su antojo por todo mi cuerpo. Es en ese momento cuando me pongo a llorar y mis lágrimas hacen que todo empeore, ya que cada vez son más las gotas que caen sobre mí.

Mi fuerza se agota y caigo al vacío. Mis piernas se han cansado de sujetarme. Al caer, me doy cuenta de que he caído dentro de un charco de agua que se encontraba formado a centímetros de mí, así que me derrumbo por completo, ya que me doy cuenta de que no para de caer agua sobre mi vida.

Estoy tumbada en el suelo y las gotas no paran de caer. Siento dolor, porque ellas parecen puñales que se clavan sobre mí en el momento menos esperado. Ya no sabía que hacer. La vida me había apuñalado por la espalda.

Quiero rendirme, darlo todo por perdido y dejar que la lluvia se apodere de mí hasta llegar a hundirme, pero sé que tengo que luchar. Tengo la esperanza de ver la luz, porque después de cada tormenta siempre vuelve a brillar el sol, pero mi espera se hace eterna, así que me enfadé con el mundo. 

No quiero saber nada de la vida, evito pensar en el mundo y sé que con ello no voy a solucionar nada, pero es la única opción que tengo, solamente tengo la opción de olvidarme de todo y dejar que las horas pasen, sin dejar que la lluvia me llegue a hundir.

Estoy desesperada. Necesito gritar, pero no tengo voz suficiente para que se escuche mi sonido; quiero levantarme, pero no me queda fuerza para lograrlo; quiero huir de esta tormenta, pero no encuentro la salida. Ni siquiera sé por dónde he entrado.

Siento frío, soledad, tristeza, miedo, impotencia, desesperación, dolor y rabia. Parezco una imbécil incapaz de luchar y levantarme, pero sé que si me levanto volveré a caer, ya que me resbalaré sobre el suelo mojado.

Lo que más sentía era rabia, entonces los puños de mis manos se cerraron con mucha fuerza; mis dientes se presionaron y en mis ojos se formó una luz. Una luz que parecía fuego procedente de la rabia que sentía en mi interior. Con la luz de mis ojos pude contemplar que todo mi alrededor estaba más reluciente, parecía que la tormenta se había calmado, pero aún caían gotas de lluvia, aunque ya habían disminuido bastante su tamaño. Con el fuego de mi mirada pude prender fuego a la lluvia, ¡increíble! Todo aquello parecía un sueño y cerré los ojos, pero al abrirlos me di cuenta de que era la realidad, así que sonreí y entonces, amaneció por completo; el sol me saludaba por el este y brillaba como las estrellas que se despedían de mí en aquel instante; las nubes alcanzaron de nuevo su color blanco reluciente; los rayos del sol evaporaron las gotas de lluvia; el cielo volvió a estar despejado y en él solamente se veían pájaros volando en plena libertad, en dirección hacia ninguna parte, jugando a volar lo más alto posible, incluso por encima de los problemas; haciéndole cosquillas a las nubes y escondiéndose detrás de ellas, tan libres como el viento, tan felices como yo en aquel momento tan feliz, victorioso y soleado.



La única solución para mis problemas es una sonrisa, ya que llorar nunca me ha servido de nada.




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