jueves, 17 de octubre de 2013

Malos días

Suena el despertador, lo apago, enciendo la luz de mi dormitorio, me miro al espejo y siento que hoy va a ser un mal día. Me aseo, me visto, me peino... Se acerca la hora de ir a clase y mi mal humor aumenta por momentos. Preparo los libros que hoy me toca llevar. Cojo algo para desayunar. Me despido de mis padres con una sonrisa, fingiendo estar bien. Salgo de casa. Llego al instituto y, como cada día, le sonrío a todo el mundo. Una vez más, finjo estar bien. Por dentro estoy destrozada, aguantando para no reventar, tragando saliva, evitando así llorar. Intento comportarme como siempre: atendiendo a las explicaciones, preguntando las dudas y exponiendo mis ideas. Pero algo va mal. Hoy no me puedo concentrar y cuando lo logro, todo me sale mal. Entonces, me siento aún peor.

Va transcurriendo una clase tras otra, y mis ganas de llorar crecen cada vez más. Y ahí sigo, con una sonrisa que detrás esconde litros de tristeza. Deseo huir, aún sabiendo que me tengo que quedar. No estoy para nadie, nadie está para mí. Me enfurezco con facilidad, hablo sin pensar. Me harto de todo y de todos los que me rodean, aunque realmente sólo estoy harta de mí misma, no me soporto, no aguanto sentirme mal.

Se acaba la última clase, al fin. Regreso a casa. Aún soy capaz de sonreír, así que vuelvo a saludar a mis padres con una sonrisa. Almuerzo, hago los deberes, repaso los apuntes... Más tarde, me quedo sola en casa. Apenas han transcurrido unos minutos cuando comienzo a llorar. Al fin puedo dejar de fingir. Pero claro, ¿quién está ahora aquí para consolarme? Como siempre: la escritura. Me sumerjo en las letras, intentando calmarme. Hasta que al fin logro secar mis lágrimas, a pesar de que por dentro, todavía, me siento fatal. De repente, escucho una llave abriendo la puerta. Otra vez a fingir. Buena cara, una sonrisa, buen humor... Así hasta que me voy a la cama; ahí es donde, al encontrarme con la almohada, vuelvo a hacer un festival de lágrimas, sin sonrisas. Todos podemos tener un mal día, pero no todos lo sabemos demostrar Yo, por ejemplo, no sé o no quiero demostrarlo. Y a pesar de todo, sonrío todos los días, aunque por dentro esté rota, aunque me sienta una idiota.