jueves, 19 de abril de 2012

Un día de oscuridad.

Suena el despertador, me despierto un día más y noto cómo todo está al revés. Me levanto y parece que nada funciona, todo me sale mal y las lágrimas inundan mi vida. Me pregunto quién soy, noto que no le importo a nadie, aunque en realidad sé que tengo a mucha gente alrededor, pero hoy me siento sola y es una sensación inexplicable, porque siento que el mundo está en mi contra. Vienen a mi mente malos recuerdos, recuerdos que no puedo borrar. Sonrío, porque nunca he sido capaz de expresar cómo me siento realmente y solo soy capaz de sonreír, sienta cómo me sienta, siempre sonrío.

Abro el armario y me visto con lo primero que encuentro. Me voy al cuarto de baño y nada más entrar encuentro un espejo delante de mí, entonces vi que mi reflejo vive preso dentro de un cristal. Me quedo paralizada durante un momento, parece que he visto a un fantasma, pero era yo, lo que pasa es que no puedo soportar la imagen de mi cara sin una sonrisa formada en la boca, entonces decido sonreír, aunque era una sonrisa falsa.

Salgo de mi casa y camino hacia el instituto a un paso desganado y lento. Al llegar, noto cómo la mayoría de la gente que pasa por mi lado me pregunta "¿Qué te ocurre?" y luego me abrazan, entonces rompo a llorar, porque es ahí cuando más recuerdo los malos momentos que hoy invaden mi mente.

Intento disimular mi dolor, dado que no me gusta llorar y menos en el instituto, porque siempre que lo hago se forma una piña a mi alrededor y luego viene el profesor o profesora a mi sitio y me pregunta lo mismo: "¿Qué te ocurre?" Y es ahí cuando me entra el miedo, miedo a tener que gritar todo lo que hoy siento en mi interior. 

No puedo soportarlo más, las lágrimas me han superado y entonces llega la situación más temida: todos mis compañeros a mi alrededor, entonces se acerca el profesor a mi sitio y me pregunta: "¿Estás bien?".

En ese momento, mi mirada se llena de miedo, mi cuerpo empieza a temblar, ya que no tengo las palabras exactas para explicar aquella situación. No sabía que contestar al profesor y le tuve que decir: "No me ocurre nada, estoy bien".

El profesor se quedó extrañado y poco a poco se alejó de mi sitio y se dirigió a la pizarra. No se había quedado convencido de mis palabras, pero notó que no quería decirle lo que me pasaba realmente, así que no insistió en intentar descubrir el motivo de mi llanto.

Salgo al recreo y dejo que el viento choque contra mi cara. En esos momentos deseo que me arrastre el viento como un trozo de papel, revolcarme por el cielo y no caer. Y no pensar, tan solo quiero no pensar.

Por fin se han acabado las seis horas de clase, ahora queda lo peor; volver a casa y tener miedo a que mi madre al ver mi cara, me pregunte si algo va mal.

Efectivamente, llego a casa, suelto mis libros en el escritorio de mi habitación y lo primero que escucho es: "¿Qué te ocurre?" Me derrumbo por completo, estoy harta de oír esa pregunta que trae todos los malos recuerdos a mi mente.

Tampoco sé qué contestarle a mi madre, por eso decido encerrarme en mi cuarto. Estoy harta de este día que parece que es infinitamente eterno.

Me acuesto en mi cama e intento dormir, pero soñar también me hace daño, así que me quedo con los ojos abiertos. Miro hacia al techo, miro hacia todo lo que me rodea, preguntándome si de verdad existo o sólo soy un sueño de una persona que en cuanto despierte me haga desaparecer.

Pensamiento a pensamiento se hace de noche, por fin veo el cielo oscuro, igual que mi vida en un día como hoy.

Me pongo el pijama, no salgo de mi habitación e intento hacerme la dormida, porque no me apetece hablar con nadie y menos con mi madre.

Apago la luz de la lámpara de mi mesilla de noche y de repente lo veo todo negro. Noté una sensación de miedo, porque hace un rato lo veía todo encendido y de repente no veía nada. Es increíble, una simple bombilla me hace ver todo distinto a mi alrededor. Una bombilla es como el sol: muchos días puede encender mi vida, pero otros en cambio no. Una bombilla se funde, un sol se pierde entre las nubes. Tal vez, es eso lo que me pasa hoy, el sol de mi vida se perdió entre una gran cantidad de nubes, mientras que la bombilla de la lámpara de mi mesilla de noche se apagó de repente y me hizo ver todo oscuro, sí, ya lo entiendo, por eso estoy así, porque no puedo ver las maravillas de mi vida, dado que está todo oscuro, pero voy a dormir, estoy segura de que mañana saldrá el sol y con él todo irá mejor.

martes, 17 de abril de 2012

Empezar de cero y dejar todo atrás.

Un día soleado noté cómo todo se acababa, me tocaba cambiar de vida, alejarme de todo, dejar un millón de recuerdos y amistades atrás, para empezar de nuevo.

Llegó la hora, me despedí con besos y lágrimas para todos. No podía soportar la idea de separarme de las personas que llevaban toda una vida a mi lado. Se me hizo muy duro, pero debía de hacerlo, sí, debía de cambiar de colegio.

Mis padres me dijeron que estuviese tranquila, que no me preocupase, que iba a encontrar muy rápido a otros amigos. Pero no lograban convencerme, porque yo seguía empeñada en volver al colegio dónde conocí a mis primeros amigos, los amigos de la infancia que aún recuerdo y que nunca olvidaré, porque ellos forman una gran parte de mí y pase lo que pase, nunca me voy a olvidar de ellos.

Fueron tantos momentos, risas, juegos, lágrimas, heridas que nos hacíamos corriendo en el parque, abrazos, secretos, peleas por los lápices de colores... Tengo muchas ganas de volver a aquellos tiempos, necesito estar a vuestro lado, os echo mucho de menos.

Crecimos juntos y poco a poco, fuimos descubriendo algunas de las maravillas que tiene la vida. Aprendimos juntos durante unos maravillosos años. Compartimos los juguetes, los lápices, las gomas, los bolígrafos, los días, el tiempo, la amistad, el trabajo, las dudas. Nos defendíamos unos a otros y de repente... todo acaba.

De un día para otro, el destino decidió separarnos y acabar con todo lo que habíamos vivido juntos, pero la distancia separa cuerpo, no corazones, así que yo no os olvido ni aunque me saquen del mundo.

Pasa el tiempo y llega la hora de enfrentarme a mi nueva vida. Me levanto por la mañana y no sabía que hacer cuando vi mi nuevo uniforme doblado encima de mi cama. En ese momento me quedé paralizada, no pude contener las lágrimas, porque me pasaron por mi cabeza la cara de cada una de las personas que tuve que dejar atrás. No quería ponerme aquel horrible uniforme, sólo quería llorar, pero sabía que tenía que hacerlo, debía de empezar de cero y con el apoyo de mis padres, pude hacerlo.

No pude desayunar, dado que los nervios no me lo permitieron. Llegó la hora y aunque no estaba preparada,  tuve que seguir adelante. Salí de casa con mi madre y me subí al coche de esta.

Al llegar al nuevo colegio me entraron ganas de salir corriendo. Estaba perdida, no sabía que clase era la mía, no conocía a nadie y el llanto estaba apunto de invadirme, genial, sólo me faltaba eso; llorar delante de cientos o miles de niños crueles que lo único que saben hacer es reírse de la tristeza y desesperación de otros.

Al fin, encontré a un profesor que andaba por allí cerca y le pregunté por mi clase: 3ºD. Le di las gracias y me dirigí hacia mi fila para entrar en clase.

Todo el mundo me miraba, me sentía cómo un ratón rodeado por gatos. Entré en clase y me senté en una de las mesas que se encontraban al final del aula. Nadie era capaz de acercarse a mí, notaba esa sensación de qué no le importaba a nadie y se me hizo un nudo en la garganta, nudo que de nuevo me avisaba de esas ganas inmensas que tenía de llorar.

Cada niño tenía su compañero de sitio, pero aún mi mesa de al lado permanecía vacía. El día se me hacía eterno, aún no sabía que hacía allí, perdida entre tanta gente.

Llegó la hora del recreo y me fui al baño. Decidí no salir de allí hasta que se acabase el recreo. Me puse a llorar y a susurrar los nombres de cada uno de los amigos que había dejado atrás tal vez, para siempre.

Sonó la sirena, el recreo había finalizado. Cada grupo de amigos regresaba a sus respectivas clases y yo seguía sola, me daba tanta vergüenza regresar sola a mi clase, que esperé a que pasase todo el mundo y luego, pasé yo. Llegué tarde a clase, pero no me importaba, porque prefería que los profesores me peleasen, antes de soportar las risas de los niños al verme sola.

Finalizó el día de clase y salí corriendo hacia el coche de mi madre. Al ver a mi madre, le di un abrazo y me puse a llorar. Aún recuerdo las palabras que le dije: "Mamá, no me gusta este colegio. Me siento sola y quiero a mis otros amigos, porque los que hay aquí no me quieren". Mi madre me intentó tranquilizar y me dijo que eso era normal, era la primera vez que me veían y tenían que acostumbrarse a mí, tenían que conocerme antes de empezar una amistad. También, me dijo que a los niños les suele costar acercarse a alguien que no conoce, muchas veces por miedo.

Pasó una semana y aún seguía igual: sola, pero a la vez tan acompañada, porque notaba que mis viejos amigos aún me acompañaban. Los llevaba tan dentro, que a veces pensaba que estaban a mi lado, muy cerca, pero sin llegar a tocarlos.

Por fin, logré hacer amigas, muy buenas amigas que aún tengo, pero sin olvidar a los que un día dejé atrás. Logré acostumbrarme a esta nueva vida y tuve que aceptar que a veces la vida tiene que cambiar todo de lugar.

Ya han pasado seis años de esta historia, pero aún recuerdo el nombre de todos y cada uno de mis viejos amigos que dejé atrás. Todos los días me acuerdo de alguno de ellos y no puedo evitar que una lágrima baje por mi cara al recordar los momentos que vivimos juntos. Momentos de felicidad. ¡Éramos tan pequeños! Jugando en el parque, compartiendo el balón, decidiendo entre todos a qué juegos íbamos a jugar a lo largo del recreo.

El tiempo ya ha pasado, estoy aquí en una vida que aún es nueva para mí, porque aún recuerdo todo lo que dejé atrás, lo recuerdo con todos los detalles y tal vez, por eso me cuesta tanto acostumbrarme a esta vida que no es nueva, pero a veces lo parece.